Agnès Varda recogió en "Los espigadores y la espigadora" ("Les glaneurs
et la glaneuse", 2000) la labor de decenas de personas que dedicaban su
vida a recolectar entre la basura de las ciudades francesas. Han pasado
14 años desde que la directora gala rodara este documental y los
testimonios e imágenes que conforman su relato se han convertido en
estampas frecuentes en las calles y barrios de buena parte de las
ciudades del Estado español. Son un fiel retrato de la globalización de
la pobreza. El trabajo de Agnès Varda evidencia la capacidad del cine
documental como herramienta de denuncia, en este caso de la exclusión
social.
Agnès Varda (Bruselas, 1928) es una directora de cine conocida como una de las precursoras de la nouvelle vague. Desde que a principios de los años 50 firmara su primer trabajo, La Pointe-Courte,
hasta nuestros días, su nombre como realizadora se encuentra detrás de
más de medio centenar de títulos que combinan el cortometraje con el
largometraje y la realidad con la ficción, pero siempre con un
denominador común: la denuncia social. Ahora, con 84 años, abre, según
señalaba en una entrevista al diario El País, una “tercera vida
profesional” que dedica a la edición de vídeos y al trabajo de
recuperación y restauración de películas propias y de las elaboradas por
su marido, el también director Jacques Demy, integrante como ella de la
nouvelle vague y fallecido en 1990.
El compromiso feminista de Agnès Varda está presente tanto en su obra
como en su vida. “Yo soy feminista, lo fui y siempre lo seré”,
reconocía en esa misma entrevista en el verano de 2012. Su oposición al
patriarcado y su apuesta personal por la transformación social ya era
evidente en 1977[1]: “Siempre me ha parecido que lo que tenían los
hombres no era demasiado interesante, la guerra los muertos, los heridos
(yo he vivido la guerra), la agresividad en el trabajo, en ganar
dinero, el mandar… Nunca me ha interesado”. “Si las mujeres tenemos
suficiente fuerza, y la tenemos, para cambiar las cosas”, añadía, “no es
para ocupar la plaza de los hombres sistemáticamente; ser mujer es,
entre otras cosas rechazar este circo que los hombres han montado como
sociedad”.
En el año 2000 ve la luz Los espigadores y la espigadora, un
trabajo en el que Varda parte de la experiencia de las antiguas
espigadoras que repasaban los campos franceses con el objetivo de
recoger los granos que quedaban tras la recolección de la cosecha para
acercarse a la figura de los nuevos espigadores y espigadoras: los que
rebuscan entre la basura o en los propios campos para encontrar todo
aquello que otros desechan, ya sean alimentos, juguetes, relojes o
televisores. Entre los nuevos espigadores y espigadoras hay quien lo
hace por necesidad y para poder comer y quien busca con estas acciones
luchar contra el consumismo feroz.
Tal como afirma Jean Breschand[2], “la realidad es inseparable de las
meditaciones a través de las cuales la aprehendemos. Por eso puede
decirse que las películas no revelan tanto la realidad como una forma de
mirarla, de comprenderla”. Y en el caso de Agnès Varda, esta forma de
mirar nos invita a pasear desde el cuadro de Las Espigadoras de
Jean-François Millet al contexto socioeconómico y político europeo de
principios del siglo XXI tanto en el mundo rural como en el urbano, sin
abandonar en ningún momento la crítica sobre la realidad mostrada.
A través de este viaje, del relato metareflexivo en el que nos
sumerge, Agnès Varda retrata la cotidianidad y revisa el modo en el que
se nos transmite la pobreza (con más lagunas y estereotipos que
realidades) y ésta se inserta en nuestro imaginario, describiendo de
forma muy personal el contexto que rodea a la exclusión social y
situando a la mujer en el centro de la historia a pesar de que ésta no
hable solamente de mujeres. Así, tal como expresa Aida Vallejo[3], la
directora pone el énfasis de la narrativa en “la mujer que mira, la
mujer que narra, la mujer que vemos y la mujer que muestra”.
Varda, a través de su propia presencia participante ante la cámara
(como si de un proyecto etnográfico se tratara) y de una cuidada puesta
en escena, visibiliza una realidad a la que a menudo cerramos los ojos,
situando el compromiso y la denuncia en el centro del relato. De ese
modo la directora da testimonio y nos ayuda a comprender la condición
humana en la precariedad, en esa precariedad donde nos coloca un modelo
económico y político cruel que arrincona los derechos sociales y
enaltece la especulación, la corrupción, la producción exacerbada, el
malbaratamiento de alimentos o el fraude fiscal, entre otras prácticas
“poco” éticas, humanas y sostenibles. Según explica Vallejo: “En Los espigadores y la espigadora
Agnès Varda ofrece esa perspectiva que subvierte la construcción de una
mirada exclusivamente masculina, tanto en la construcción del sujeto
que guía la acción como del objeto que aspira a conseguir. En primer
lugar, su relato está narrado por una mujer. Ella misma encarna a la
heroína de la historia, lo cual lleva a activar los procesos de
identificación del espectador/a y a compartir sus deseos y sus metas”.
Los espigadores y la espigadora desenmascara a la vez dos
grandes ilusiones que han eclipsado el espíritu crítico de la sociedad
durante mucho tiempo: el cine como medio alienante y de puro
entretenimiento y el Estado del bienestar, que realmente en muchos
países occidentales se tradujo en Estado de consumo y “darwinismo
social”. Así, el documental de Varda se convierte en una herramienta
ética de visibilización, de lectura crítica y de denuncia. ¿Pero qué
tiene que ver la realidad francesa del año 2000 que retrata Agnès Varda
con la situación que se vive actualmente en el Estado español? ¿Podemos
encontrar espigadores y espigadoras en nuestras calles?
Las cifras de la crisis
Una de las consecuencias más evidentes de la crisis económica que
afecta al mundo capitalista desde 2008 es la globalización de la pobreza
y la exclusión social. Sea cual sea el país del que hablemos hay una
serie de dinámicas comunes que tienden a perpetuarse. Óscar Mateos, en
su artículo “La hegemonía cultural (a propósito de Margaret Thatcher)”,
recoge dos aspectos muy ligados a la problemática que aborda Agnès Varda
en Los espigadores y la espigadora y que son el objeto de
análisis de este artículo: “aumento espectacular y cronificación de la
pobreza y de la exclusión social e incremento de las desigualdades
sociales (disparando la brecha entre las rentas más altas y las más
bajas)”.
Las cifras que presentan diferentes informes y estudios avalan lo
delicado de la situación y demuestran cómo las políticas de austeridad
letal (esas que llegan siempre, como señala Josep Ramoneda[4], “después
de periodos en que, desde los mismos lugares en que ahora se apela al
rigor y a la virtud, se ha estado invitando al consumo sin límites”) nos
dirigen hacia un escenario en el que la vulnerabilidad ciudadana crece,
el empobrecimiento de la población se dispara y la pérdida de derechos
básicos de la ciudadanía es cada vez más evidente. El VIII Informe del Observatorio de la Realidad Social
de Cáritas describe el momento que estamos viviendo como “la
consolidación de una nueva estructura social donde crece la espiral de
la escasez y el espacio de la vulnerabilidad”.
El análisis cuantitativo de la situación en el conjunto del Estado
español refuerza esta idea. Según datos de la Encuesta de Condiciones de
Vida (ECV) y de la Encuesta de Población Activa (EPA), ambas del
Instituto Nacional de Estadística (INE), la tasa de pobreza en el Estado
español pasó del 19,7 por ciento de los hogares en 2007 al 21,1 por
ciento en 2012, lo que equivale a un crecimiento del número de personas
pobres que va desde los 8,9 millones de 2007 a los 10,5 millones de
2011.
El desempleo en España se situó en octubre de 2013 en el 26,7 por
ciento, según datos de Eurostat (12,1 por ciento es el dato medio de la
zona euro). La tasa de paro juvenil fue del 57,4 por ciento, lo que
significa que 972.000 jóvenes de entre 16 y 29 años se encuentran sin
empleo. Estos datos se agravan al comprobar que el paro de larga
duración, personas que llevan más de dos años en situación de desempleo,
se agrava y afecta en mayor medida a las personas
mayores de 50 años y a la juventud.
El informe de Cáritas también hace hincapié en el elevado número de
personas que se encuentran en situación de pobreza severa. Los datos de
2012 duplican a los registrados en 2007. En estos cinco años la cifra
pasó del 3,5 por ciento de la población al 6,4 actual, lo que en números
absolutos significa alrededor de tres millones de personas.
A pesar de que no existen datos cuantitativos que determinen el
número de personas que cada noche buscan comida entre los restos de la
basura en el Estado español, sí es una imagen de la que los medios de
comunicación, tanto estatales como internacionales, se han hecho eco de
manera frecuente en los últimos tiempos. Así, en diciembre de 2010 el
diario La Vanguardia titulaba “La crisis eleva el número de personas que buscan comida en los contenedores”. En la misma línea, el diario Público,
en agosto de 2012, motraba el testimonio de varias personas que
esperaban al cierre de los supermercados para recoger alimentos en un
reportaje titulado “Tengo que buscar en la basura para llegar a fin de
mes”. También el New York Times se hacía eco de esta situación
en un reportaje sobre el problema del hambre en España bajo el título
“Spain Recoils as Its Hungry Forage Trash Bins for a Next Meal”,
publicado en septiembre de 2012.
Esta situación contrasta con la cantidad de comida que cada año acaba
en la basura. Según datos del Ministerio de Agricultura y Alimentación
son más de 7,7 millones de toneladas de comida las que cada año se tiran
en los contenedores españoles. En el conjunto de Europa, según recoge
un informe de la Comisión Europea, las pérdidas o desperdicios de
alimentos alcanzan los 89 millones de toneladas al año. Es decir, entre
un 30 y un 50 por ciento de alimentos sanos y comestibles se convierten
en residuos. Mientras esto sucede, los bancos de alimentos no dan abasto
y cada vez son más las personas que en nuestra sociedad, como en el
documental de Varda, se ven obligadas a espigar y rebuscar entre lo que
otros desechan para poder comer.
Ellas, las espigadoras: mujeres y exclusión social
Al igual que Varda o incluso Millet, en este artículo también se ha
buscado poner el acento en esas mujeres mostradas, en las “espigadoras”
o, como escribió Pedro Guerra en una de las letras de su álbum Hijas de Eva,
en ellas, “las más pobres entre los pobres”. Porque, ¿cómo ha afectado
la crisis a la acentuación de la feminización de la pobreza en España?
Lo explicaba excepcionalmente Kirsten Lattrich en su artículo[5] “El
trabajo de las mujeres y la crisis económica. La respuesta feminista”:
“En los países europeos afectados por la crisis son las mujeres las que
se están llevando la peor parte. El desempleo femenino está creciendo de
manera imparable, mientras las condiciones laborales de las que sí
tienen un puesto de trabajo se están precarizando cada vez más. En
España, la reforma laboral está surtiendo efecto, desprotegiendo aún más
a las que ya de por sí partían de posiciones más desfavorecidas. Y es
que las políticas neoliberales de recortes no son neutras en términos de
género”.
Según el informe de Cáritas citado anteriormente, “las mujeres siguen
siendo el rostro más visible de las situaciones de pobreza y
exclusión”. Así se desprende de los datos del Eurostat, que sitúan la
tasa de pobreza de los hogares monomarentales (el 90 por ciento de los
hogares formados por un adulto y menores a su cargo están sostenidos por
mujeres) en el Estado español en 38,9 puntos en el año 2011.
En la misma línea, el segundo informe elaborado por la federación de Entidades Catalanas de Acción Social (ECAS), Desigualtats i pobresa en un entorn de crisi,
sitúa la tasa de riesgo de pobreza de las mujeres en Cataluña en el
20,3 por ciento (18 por ciento en el caso de los varones), tasa que se
eleva hasta el 28,6 en el caso de las menores de 16 años. Los datos para
el cómputo del Estado español no son más halagüeños, ya que la tasa de
riesgo de pobreza femenina se coloca en el 22,4 por ciento (21,1 para
los varones). En cambio, en el conjunto de la Zona Euro la cifra
desciende hasta los 17,6 puntos. Por otro lado, las mujeres de más de 65
años son el sector de población con más privaciones materiales,
seguidas por el resto de mujeres de otros grupos de edad.
Si bien sabemos que el aumento global de estos datos se debe a la
fuerte crisis económica que nos afecta desde 2008, ¿a qué se deben
específicamente las diferencias entre las tasas de pobreza femenina y la
masculina? ¿Por qué la pobreza afecta de forma diferente a hombres y
mujeres? ¿Qué factores relacionados con el género inciden en la
probabilidad de ser pobre?
La respuesta no está exenta de complejidad, ya que no existe una sola
causa. La feminización de la pobreza está relacionada con una amalgama
de factores y discriminaciones de género que tienen que ver, por
ejemplo, con la invisibilidad del trabajo doméstico no remunerado, la
discriminación laboral y salarial de las mujeres, la división sexual del
trabajo, la dificultad de acceso a los recursos materiales y sociales
(capacitación, educación, trabajo remunerado, etc.) y la desigualdad en
el acceso a los mismos respecto a los varones, su exclusión de la toma
de decisiones políticas y económicas… Y la lista continúa. La falta de
autonomía económica o la violencia machista son dos factores más que
afectan al riesgo de sufrir pobreza. Tanto la carencia de ingresos
propios como el aislamiento y la dificultad para acceder al mercado de
trabajo que experimentan muchas mujeres víctimas de violencia de género
repercuten directamente sobre la probabilidad de ser pobre.
Nuevos significados, posibilidades de transformación
Sin lugar a dudas, Agnès Varda es una de las directoras que mejor ha sabido recolectar y espigar
con su cámara todas aquellas realidades que para la mayoría pasan
inadvertidas, dirigiendo la mirada hacia contextos ante los que
habitualmente se sigue mirando hacia otro lado y construyendo nuevos
significados desde la propia subjetividad.
Pero ella, que ha incluido la denuncia y la crítica en la mayor parte
de sus trabajos, sabe mejor que nadie que el cine documental no es una
mera recolección de imágenes y circunstancias, sino que puede colaborar
activamente en la búsqueda de posibilidades de transformación y en la
visibilización de la injusticia social en todas sus variantes, dando voz
a aquellos (y especialmente a aquellas) que sistemáticamente han sido
apartados del relato y de la historia. Han pasado más de diez años desde
que se rodó Los espigadores y la espigadora y su vigencia, a
pesar del tiempo transcurrido y de las diferencias existentes (o más
bien, las similitudes latentes) entre Francia y España, resulta
abrumadora e incluso angustiante.
La crisis, la vulnerabilidad, las mal llamadas “políticas de
austeridad” y la precarización nos están golpeando con fuerza. A las
mujeres con especial rigor. Sin embargo, a menudo, nadie pone el foco en
ellas ni se demandan datos segregados ni se discute la responsabilidad
de los medios en el mantenimiento del statu quo. Hace poco la periodista
y escritora Olga Rodríguez[6] se preguntaba lo siguiente en un
artículo: “Y entonces…, ¿para qué nos habíamos hecho periodistas?”.
Nosotros, a la luz del trabajo de Agnès Varda como ejemplo de buena
práctica cinematográfica, nos preguntamos: Y entonces…, ¿para qué se
hicieron cineastas?
¿Puede el cine documental ser pura neutralidad y asepsia ante la
pobreza, la discriminación y la injustica? ¿O podemos (y debemos)
exigirle una responsabilidad respecto a la realidad que refleja? Dar
respuesta a esa pregunta quizás sea harina de otro costal, pero tal y
como afirmaba Nichols[7], la reflexividad “no tiene por qué ser
puramente formal; también puede ser acusadamente política”.
Sonia Herrera Sánchez (sonia.herrera.s@gmail.com) es
comunicadora audiovisual y especialista en educomunicación, periodismo y
conflictos armados y género. Suso López (susolpz@gmail.com) es comunicador audiovisual y especialista en gestión de la comunicación política.
Publicado en el nº 60 de Pueblos – Revista de Información y Debate, primer trimestre de 2014.
NOTAS:
- Entrevista de Esther Ferrer a Agnes Varda en El País, 23 de abril de
1977: “Agnes Varda y la fuerza vital femenina”. Disponible en www.elpais.com.
- Breschand, Jean (2004): El documental: la otra cara del cine, Paidós.
- Vallejo Vallejo, Aida (2010): “Género, autorrepresentación y Cine documental. Les glaneurs et la glaneuse de Agnès Varda”, en Quaderns de Cine, nº10.
- Ramoneda, Josep (2013): “Breve historia de la austeridad. Una
reforma política podría revivir la idea de futuro y dar impulso
psicológico a la sociedad”, en El País, 24 de abril de 2013. Disponible
en www.elpais.com.
- Lattrich, Kirsten (2013): “El trabajo de las mujeres y la crisis económica. La respuesta feminista”, en Pueblos – Revista de Información y Debate, nº55.
- Rodríguez, Olga (2013): “Y entonces…, ¿para qué nos habíamos hecho periodistas?”, en www.eldiario.es (12/11/2013)
- Nichols, Bill (1997): La representación de la realidad: cuestiones y conceptos sobre el documental, Paidós.