Artículo de la antropóloga Ana Porroche-Escudero, investigadora en la División de Investigación para la Salud de la Universidad de Lancaster y miembro del Breast Cancer Consortium, publicado en la revista Diagonal
Hoy en día se habla mucho de concienciar a la población sobre el cáncer de mama. Se supone que contribuimos a esta causa al comprar camisetas, lacitos y todo tipo de productos rosas de lo más diverso,
o participando en multitud de eventos benéficos. Con el objetivo de
esta ‘concienciación colectiva’ se ha generado un ambiente festivo y un
interés público sin precedentes en el ámbito de la salud. El problema
principal es que el término ‘concienciación’ se ha despolitizado, lo que
tiene consecuencias gravísimas.
La Asociación Española contra el Cáncer (AECC) es una de las máximas exponentes de esta lectura controvertida.
Básicamente, reduce la concienciación a la provisión de información
para que las mujeres cumplan con los mandatos médicos haciéndose
mamografías y adoptando un estilo de vida que se considera saludable. El
adoctrinamiento proviene del tono parternalista, monocromo, basado sola
y únicamente en fomentar el acatamiento de las normas sobre el
comportamiento personal y coercitivo, apelando al miedo a la enfermedad,
a la responsabilidad social y a las responsabilidades de género para
influir en el comportamiento de las mujeres.
Esta visión instrumentalista y violenta contrasta radicalmente con el
planteamiento de la ‘concienciación crítica’, promovido por el
movimiento feminista allá por los años 70, basado en la información
crítica y la promoción de la autonomía personal. Uno de los principios
de éste es que la información proporcionada debe ser “correcta, relevante, accesible, efectiva y basada en la evidencia científica”.
Algunas de las preguntas alternativas que la concienciación crítica
plantearía son: ¿por qué la incidencia del cáncer de mama continúa
aumentando a pesar de los avances de la medicina? ¿En qué tipo de
investigación se invierte el dinero? ¿Cuánto dinero se recauda con la
mercadotecnia rosa, a dónde va a parar y a quién beneficia? ¿Qué grupos
de mujeres desarrollan determinados tipos de cáncer, y quién tiene más
probabilidades de sobrevivir? ¿Cuál es el impacto económico, social,
emocional y físico del diagnóstico y tratamiento de cáncer? ¿Cuáles son
las diferentes opciones terapéuticas disponibles para las personas
afectadas? ¿Cuáles son los beneficios y los efectos secundarios de las
intervenciones?
Cualquier medio es válido
Como consecuencia de esta despolitización, cualquier tipo de crítica
al modelo actual es rápidamente acusada de “poco ética e inmoral” y de
ir en contra de los intereses de las mujeres. De igual manera, cualquier
interveción que se hace en nombre de la ‘buena causa’ se considera
legítima, lo que ha llevado a malgastar millones de euros en esfuerzos
educativos que no fomentan la autonomía personal. Estos
esfuerzos se han aprovechado de la solidaridad de la población,
creándoles la falsa sensación de estar haciéndolo bien y de estar
informada, sin que sea cierto.
Asimismo, raramente se cuestionan los medios empleados para conseguir los fines. El
sexismo, la sexualización, la infantilización de las mujeres, la
difusión de información sesgada o totalmente irrelevante son frecuentes
en muchas campañas, junto al uso de la pedagogía del miedo o el
adoctrinamiento, acciones todas ellas justificadas dentro de un marco
patriarcal y monopolizado por la autoridad biomédica.
La tendencia a infantilizar a las personas enfermas no es nueva en la
medicina, a pesar de las duras batallas para repensar el paradigma
dominante de atención médica basado en relaciones de poder
médico-paciente. La suposición es que las personas enfermas, y
el público en general, son incapaces de comprender la información médica
y tomar decisiones por sí mismas. De ahí el énfasis en la
tutela paternalista, obsesionada con dictar cuáles son los
comportamientos ‘adecuados’. La ensayista Barbara Ehrenreich explica en
su artículo Bienvenida a la tierra del cáncer cómo la promoción de
juguetes como ositos de peluche y elefantitos rosas “animan a las
mujeres a regresar a su estado de niñez, a no cuestionar y aceptar
cualquier medida que los doctores, como padres sustitutos, imponen”.
La infantilización está íntimamente ligada con la tendencia a
trivializar la enfermedad. Las investigadoras Gayle Sulik, Susan Love y
Barbara Ehrenreich explican que el uso del color rosa y toda la
parafernalia en torno a este cáncer crea una (falsa) sensación de
festividad, suaviza la crueldad de la enfermedad, minimiza el dolor y
ridiculiza el miedo a través de la negación de la mortalidad y
de la psicopatologización de las mujeres que no comulgan con el eslogan
impositivo y peligroso “piensa en positivo y vencerás el cáncer”.
Esta trivialización también invisibiliza las cicatrices emocionales,
económicas y físicas a corto, medio y largo plazo, anestesia la rabia y
suprime el espíritu crítico. Las reivindicaciones de la activista y
enferma Beatriz Figueroa son un ejemplo desalentador de la falta de
conocimiento público sobre el impacto de la enfermedad. Como señala
Figueroa, “la vida no sigue igual después del cáncer”, al menos no para
muchas personas. Con todo esto no sugiero que tengamos que recurrir a un
lenguaje apocalíptico, ni tampoco niego los posibles beneficios de una
actitud positiva frente a la vida; sin embargo, la
concienciación crítica requiere ‘realismo’, entendido como “la actitud o
práctica de aceptar una situación tal y como es y de estar preparada
para ocuparse/lidiar/enfrentarse con ella como corresponde”, según palabras del Breast Cancer Consortium.
La sexualización de la enfermedad y la cosificación de los pechos
como objetos de placer sexual masculino son otras dos formas
omnipresentes de violencia. De hecho, se ha denunciado durante décadas
que este tipo de cáncer ha conseguido atraer la atención pública
simplemente porque es una ‘enfermedad sexy’. Vende. En otras palabras, la
concienciación justifica el modo en que los pechos y los cuerpos de las
mujeres han sido representados, escudriñados de una manera casi
pornográfica por muchas de las denominadas campañas que se suman al rosa.
Preservar la feminidad
Estas
campañas no constituyen actos reivindicativos para reclamar la
diversidad corporal de las mujeres y despatologizar los cuerpos
mastectomizados. Todo lo contrario. Los pechos se muestran como objetos
donde el placer (del otro) y el consumo van a la par. Además de
invitarnos a comprar productos, instigan a que hagamos todo lo
posible para preservar nuestra feminidad y sexualidad –tristemente
reducida a los pechos, como si fuesen el único atributo que hace mujer a
una mujer–. Raramente se conceptualizan los pechos como un
órgano importante para la propia mujer, en su vertiente estética,
encarnada o sexual, que las prótesis y cirugía no pueden imitar.
Además, en estas campañas, el arquetipo propuesto de mujer
(re)produce una sexualidad encorsetada e inaccesible, donde la
delgadez, la hiperfeminidad, la heterosexualidad, la juventud, la salud y
la simetría corporal representan el ideal. De este modo, cualquier síntoma de enfermedad que amenace este ideal se convierte en una fuente de estigma y debe ser escondido.
Según la poeta Audre Lorde, los pañuelos, el maquillaje, las prótesis y
la obligatoriedad de las reconstrucciones mamarias son artefactos al
servicio del patriarcado.
La desinformación es otra forma de violencia. Es preocupante la falta de información realista y precisa sobre los tratamientos e intervenciones quirúrgicas.
La Federación de Asociaciones para la Defensa de la Sanidad Pública
(FADSP) denuncia que la Asociación Española contra el Cáncer “no
advierte de las fuertes controversias existentes sobre el cribado del
cáncer de mama a nivel mundial, de los posibles perjuicios para la salud
de una parte de las participantes y de los déficits informativos en el
consentimiento informado, tratando a las mujeres como menores de edad”.
Lo mismo se podría decir de la información sesgada sobre la cirugía
reconstructiva. Y no hablemos del silencio estruendoso sobre la falta de
inversión en el área de investigación de la metástasis.
Resulta curioso, además, que se permita que compañías que patrocinan
muchas de estas acciones ‘educativas’ sean responsables de producir
agentes contaminantes en sus productos (como en el caso de Ford o Avon) o
estén ligadas directamente a la industria farmacéutica (Novartis,
Procter&Gamble). Esto evidencia la falta de escrúpulos de estas organizaciones, donde los intereses monetarios se anteponen a la salud pública.
Culpabilizar de la enfermedad
Existe también el peligro de que los esfuerzos de prevención se
centren exclusivamente en modificar el comportamiento de las personas.
Esto conlleva que se haga responsable a éstas de prevenir el cáncer, de detectarlo y curarlo, y de culpabilizarlas si las cosas salen mal.
Igualmente, este paradigma centrado en la mujer oscurece la
responsabilidad de los gobiernos de actuar y evita la investigación
sobre las causas del cáncer.
En definitiva, la cultura del lazo rosa produce y reproduce la violencia androcéntrica y biomédica más salvaje.
La lógica de que concienciar es una acción positiva, liberadora y
colectiva ha sido secuestrada por la industria privada y por la salud
pública más paternalista y menos política con el objetivo de promocionar
determinados tipos de comportamientos y consumismo.
Mamografías periódicas a examen
La radiofísica hospitalaria Guadalupe Martín explica
cómo “la implementación de los programas de cribado mamográfico está
basada en estudios de hace más de 30 años, cuyos resultados
sobreestimaron los beneficios y no mencionaron el perjuicio más
importante, el sobrediagnóstico o diagnóstico de cáncer de mama en
mujeres sanas. El sobrediagnóstico es un hecho constatado en los
programas de cribado, que cuestiona seriamente la justificación de un
programa de prevención de la salud, en el que la máxima debería ser
“primum non nocere ” (lo primero es no hacer daño). Aunque el nivel de
sobrediagnóstico es un asunto sometido actualmente a debate por la
comunidad científica, es fundamental la reevaluación de la justificación
de los programas de cribado, en los que los beneficios son pequeños y
los daños son numerosos e importantes, y en particular, cuando nuevas
evidencias contradicen las creencias previas bajo las que se implantaron
dichos programas".