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Nawal El Saadawi
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Se graduó como Doctora en Medicina en 1954. En 1957 fue nombrada Directora General de Sanidad hasta que en el año 1972 fue cesada por la publicación de su primer libro Mujeres y sexualidad, en el que narra el trato humillante que sufren las mujeres en el mundo árabe. Ha trabajado en Naciones Unidas y ha recibido el XV Premio Internacional Cataluña 2003 por su lucha a favor de la libertad de las mujeres en el mundo árabe y por la democratización y justicia social de la sociedad musulmana. Se exilió en el año 1993 a Estados Unidos, donde dio clases en la Universidad de Duke y Seattle. Actualmente vive en Egipto.
A Nawal el Saadawi nos la podemos imaginar con siete años paseando por la orilla del río Nilo, al que en su aldea, Al- Kfr, llaman Al-Bahr, que significa el mar. En ese paseo piensa en su entorno familiar: en la vida de sus tías, de sus primas, de su abuela, de su madre, casadas siendo niñas, rezando a Alá para traer hijos y no hijas al mundo, tal y como la tradición manda. Las niñas no pueden cambiar el destino, sólo sirven para trabajar y deben aspirar al matrimonio sin rebelarse contra Dios, aceptar todo lo que venga de la conveniencia familiar e imponerse a sí mismas el silencio en presencia de un hombre.
Se enfurece porque un chico vale lo que quince chicas. El padre es el único que da nombre a los hijos y la mujer cuando muere lo único que se lleva a la tumba es la soledad, la misma con la que ha vivido. En su imaginación se alimenta la idea de que el matrimonio no es un fin ineludible. Sus pretendientes y los sucesivos posibles novios a los que fue presentada se dieron cuenta de que “amaba más el tacto de la pluma que el del cucharón o el del mango de la escoba, y desaparecían como un soplo de brisa en la noche”. Y al mismo tiempo se preguntaba por qué las mujeres de su casa eran cómplices y víctimas de ese fracaso compartido por todas. A lo largo de toda su existencia, escribir ha sido la vida, las respuestas y la búsqueda de la razón, de lo verdadero y lo falso y una mirada comprometida de lo real, sin salidas engañosas: “Escribir ha sido la antítesis de la muerte y, paradójicamente, la razón por la cual en junio de 1992 me pusieron en una lista de muerte”.
Y no es imaginable otro modo de enfrentarse al silencio, a la marginalidad y a la profunda herida que deja en el cuerpo y en lo más hondo del ser humano la experiencia de que un día otras mujeres conocidas cercanas a la familia busquen a la niña de seis años, Nawal, y con una cuchilla le corten el clítoris. Es una herida que nunca se cura y que permanece abierta siempre. Sólo salvar a otras mujeres de ese atroz sacrificio actúa como bálsamo. Su madre no pudo defenderla de la ablación pero Nawal protegió a su hija y a muchas niñas a través de su denuncia. Se trata de un recuerdo imborrable para todas aquellas que han sido circuncidadas en cualquier parte del planeta. Pero a pesar del horror y de las medidas contra la mutilación genital femenina, en el mundo hay más de tres millones de niñas en 28 países de África y algunas regiones de Asia que siguen sufriendo esta brutal violencia.
Nawal el Sadawi se reconoce a sí misma en la tierra de los faraones pero, después de aquellas reinas majestuosas, las mujeres de Egipto no están en la Historia porque no se les ha permitido escribirla. Una generación tras otra la narración de su existencia ha sido oral y ha pasado de abuelas a madres después a hijas y así sucesivamente. Estudió con brillantes notas y con un gran sacrificio personal y familiar. Los ingresos de su padre eran escasos y siempre estuvo a punto de acabar en los fogones con su madre, pero ella fue su principal aliada. Nunca necesitó su ayuda en la cocina. Nawal se salvó.
Después de graduarse en el año 1954 como doctora en Medicina pasó por distintos hospitales, ocupó cargos de responsabilidad, llegó a ser directora general de Sanidad desde 1958 hasta 1972, cargo del que fue destituida por la publicación del libro Mujeres y sexualidad y nunca dejó de pensar que lo que más deseaba en este mundo era cambiarlo y que la mejor herramienta con la que ella contaba era la pluma y no el escalpelo. Escribir ha sido una autopista para despegar, para eludir posibles matrimonios, para luchar contra la discriminación de las mujeres, para respirar en los días, tantos y durante tanto tiempo, de persecuciones políticas sin respiro, para consolarse en el exilio, lejos de Egipto, en Estados Unidos, para volver a construir lo que destruían y para resistir frente a los fundamentalistas que la condenaban a muerte.
Los principios de igualdad y libertad han permanecido junto a ella a lo largo de toda su vida como médica y como escritora. Por su oposición pública a cualquier forma de discriminación por clase, género, nacionalidad, raza o religión, estuvo en la cárcel de mujeres de Al-Kanatir en 1981, durante la presidencia de Sadat. “Los visitantes del alba”, aquellos hombres silenciosos, bien vestidos, con guantes, gafas oscuras que aparecían poco antes del amanecer, la tuvieron vigilada, prisionera en su propia casa durante más de un año hasta que en 1993 tuvo que exiliarse.
En la lista negra de la que formaba parte junto a otros intelectuales egipcios la acusación contra ella siempre era la misma: “incitar a las mujeres a rebelarse contra las divinas leyes del Islam”, una frase que se repetía aunque hubiera cambios de Gobierno. Un enemigo invisible pero peligroso, paralizante. El presidente egipcio Hosni Mubarak ordenó en 1991 cerrar la Asociación de Solidaridad con las Mujeres Árabes que había creado Nawal en 1982. Esta mujer se ha enfrentado a la ignorancia, a la pobreza y a la enfermedad y por ello todos los Gobiernos egipcios la han perseguido.
La mujer que ha dado a conocer la humillación y la violencia en la que viven millones de mujeres en los países árabes soñaba con pianos cuando era niña. No le gustaban ni los secretos ni los susurros, le parecían “repugnantes y sospechosos”. Sus libros, sus artículos han sido un acto de subversión en voz alta y clara, frente a los que ejercen la injusticia en nombre de la moral, la religión y los valores sociales.