Diversas, indignadas, rebeldes, luchadoras incansables, las mujeres son sujetos estratégicos en la transformación política y social. Desde distintos espacios organizativos construyen para la sociedad en su conjunto alternativas viables y necesarias al actual modelo de desarrollo, en el que la lógica de mercado se impone sobre los derechos de las personas y los pueblos. Hoy, las luchas y reivindicaciones de los feminismos son más pertinentes y estratégicas si cabe. Nos brindan una mirada plural e integral, nos permiten tomar conciencia crítica de la desigualdad y ofrecen propuestas concretas a los retos que impone esta crisis de civilización.
A través del relato diverso de las luchas de las mujeres en el mundo que recoge este número especial de Pueblos, retomamos la necesidad de colocar la acción política en el centro del activismo feminista; siendo que en el actual contexto de Crisis (con mayúscula) urge construir colectivamente modelos alternativos de desarrollo basados en una nueva ética colectiva que confronte la desigualdad entre mujeres y hombres.
No son pocos los desafíos que enfrenta la incidencia feminista en la construcción de las agendas internacionales de desarrollo. A pesar de los logros alcanzados, principalmente en el ámbito del reconocimiento normativo, la materialización de los acuerdos y compromisos en defensa de los derechos de las mujeres ha sido desigual y limitada.
En la actual situación de reducción de financiamiento para políticas sociales, los retrocesos en materia de igualdad resultan a todas luces desproporcionados. En este sentido, el peligro de la instrumentalización de la lucha por los derechos de las mujeres, el despojo de contenidos y la despolitización de conceptos fundamentales como el “género” ha sido ampliamente señalado por numerosas activistas, que advierten de las dificultades para incidir sobre estructuras desiguales e injustas.
La reivindicación por los derechos sexuales y reproductivos continúa hoy siendo una demanda articuladora de las luchas de las mujeres en el mundo. Las feministas indígenas comunitarias han redimensionado su comprensión, planteando la relación intrínseca entre el cuerpo, el territorio y la autonomía de las mujeres. A pesar de que los Estados están obligados a garantizar, entre otros, el acceso al aborto legal y seguro, a una educación sexual integral y a una atención sanitaria sin discriminación, el control sobre los cuerpos de las mujeres por parte de los poderes (Iglesia, mercados, gobiernos, etc.) continúa acrecentándose y limitando los derechos sexuales, la autonomía y la salud reproductiva de las mujeres.
No olvidamos que la violencia sexual contra las mujeres es utilizada como estrategia para aniquilarlas como sujetos políticos y destruir a las comunidades. Combatir todas las violencias machistas y quebrar la impunidad que las ampara precisa de la acción cotidiana de toda la sociedad, pero también de la determinación de las instancias políticas y judiciales.
Otro de los ejes históricos de las luchas feministas es el trabajo. Su reconceptualización nos permite visibilizar y caminar hacia el reconocimiento del trabajo no asalariado, de reproducción social. Y al mismo tiempo, seguimos apoyando las demandas de millones de trabajadoras y mujeres campesinas privadas de sus derechos laborales. Queremos destacar las de las empleadas domésticas, uno de los sectores más olvidados y significativos. No cesamos en la identificación y denuncia de demasiadas formas de opresión. Algunas, descarnadas, como las que violentan a las mujeres lesbianas y transexuales; otras, más sutiles pero también profundas, como las que esconde el amor romántico.
Las experiencias que aquí se presentan son la constatación de que las mujeres forman parte fundamental de las luchas por la transformación social. Sin embargo, sus demandas no siempre son compartidas ni acompañadas por los movimientos, organizaciones e instituciones en los que ellas participan. Las resistencias a adoptar como propias las banderas en defensa de los derechos de las mujeres son fruto de la persistencia del sistema patriarcal excluyente e injusto sobre el que debemos incidir y transformar.
Ane Garay es investigadora del Observatorio de Multinacionales en América Latina (OMAL) – Paz con Dignidad. Ainara Arrieta es maestra en Desarrollo Rural.
Este artículo ha sido publicado en el nº 55 de Pueblos – Revista de Información y Debate – Primer trimestre de 2013.
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