Entrevista a Alicia Murillo, autora del proyecto EL CAZADOR CAZADO, y a la periodista June Fernández, de la revista feminista PÍKARA MAGAZINE, sobre el piropo, una forma agresiva de imponer la ideología patriarcal a través de la legitimación del cuestionamiento, por parte de los hombres, del cuerpo femenino en la escena pública.
En agosto de 2012, una periodista freelance, colaboradora del suplemento de El País SModa, me pidió que contestase unas preguntas para un reportaje sobre acoso machista callejero que estaba preparando, en el que hablaría de iniciativas como Hollaback. Yo acepté y le recomendé a Alicia Murillo, por su proyecto ‘El cazador cazado’. Ambas contestamos a sus preguntas (Alicia a todas y yo, por no redundar, añadí algunas ideas) en seguida, ya que la periodista nos dijo que la publicación sería inminente. Nunca se publicó.
El argumento oficial fue que por esas fechas El País sacó un reportaje sobre el mismo tema (pero sin centrarlo en el contexto español ni contar con activistas locales) y que resultaba redundante. A nosotras nos consta que el reportaje se llegó a escribir y a entregar, y que nuestro discurso no gustó. Así que, como nos sentimos censuradas, a continuación reproducimos las preguntas que la periodista nos propuso y nuestras respuestas:
¿Cuál es el límite entre un halago y un piropo ofensivo?
Alicia Murillo: El sentido común. Si es ofensivo no es un piropo. Un piropo se dice para halagar. Las agresiones callejeras son aquellas que incluyen cosas como: dar una opinión que no te han pedido, tono de burla o tono paternalista, palabras malsonantes, acercamiento físico intimidatorio, etc. Las mujeres no nos permitimos el lujo de opinar sobre la forma de caminar o de vestir de un hombre desconocido que nos cruzamos en plena calle. ¿Por qué ellos sí lo hacen? Porque es una demostración de poder, porque si un conjunto amplio de hombres intimidan a las mujeres de una sociedad podrán ofrecer “protección” a la que tienen en casa creando así una situación de dependencia. El acoso callejero, el mal llamado piropo, no es un halago, es otra forma que el patriarcado tiene de hacer ver que el cuerpo de las mujeres es un espacio comunitario que se puede tocar, maltratar y sobre el que se puede opinar libremente. Es una manera de robar independencia a las mujeres que caminarán más inseguras por las calles y, por tanto, serán más vulnerables y más dependientes de los hombres.
June Fernández: Sentirse con el derecho de hacer un comentario a una desconocida sobre su aspecto o su vestimenta, o transmitir una actitud lasciva de buenas a primeras, es una práctica machista censurable. Pero además hay agravantes, como el que te habla a tus espaldas, el que te habla de noche en una calle solitaria, el que te toca además de hablarte… Hace apenas unos días una lectora escribió a Pikara contando que un hombre le tocó la vulva en un parque de Barcelona, y cuando compartimos esos testimonios casi todas las mujeres dicen que a ellas tambien les ha ocurrido algo así.
¿Podríais compartir alguna situación en la que os hayáis sentido acosadas o molestas por alguna actitud masculina en la calle?
A.M.:Las más desagradables las viví quizás de pequeña, aproximadamente a los 13 años. Fueron las más duras porque fueron las primeras y porque en la adolescencia la vulnerabilidad de las personas está más a flor de piel. Yo siempre fui muy alta para mi edad pero era también muy delgada. Los hombres se permitían el lujo de dar su opinión sobre mi cuerpo diciéndome cosas como “Ey, morena, qué canija estás pero te follaba igualmente”. A eso es a lo que se enfrenta una niña española de manera cotidiana al salir a la calle sola y aún nos permitimos mirar por encima del hombro a los países musulmanes diciendo que aquí gozamos de igualdad y que somos un país desarrollado. Me machacaron la autoestima. Afortunadamente crecí en un entorno familiar que contrarrestó todo aquello dándome herramientas para desarrollar la seguridad en mí misma.
J.F. Yo vivo en un barrio en el que hay una alta presencia de hombres en la calle y cada día me enfrento a varios comentarios sobre mi aspecto, silbidos, besitos, miradas lascivas… Es una práctica normalizada y creo que a quien la hace le mueve más la necesidad inconsciente de reafirmar su virilidad que el deseo de relacionarse con la mujer a la que acosa. La prueba es que en grupo se crecen más y es raro que uno del grupo cuestione al resto.
¿Por qué están tan arraigados los micromachismos en España? ¿Qué características tienen?
A.M. El peligro del término “micromachismos” es que a veces puede pensarse que son “males menores”. Es como decir que hay drogas duras y blandas. Cualquier acto discriminatorio, por cotidiano y frecuente que sea, es una muestra que el sistema patriarcal tiene de reafirmarse. Por tanto no hay actos pequeños de discriminación. ¿Me pide que enumere alguno de los que veo cotidianamente en mi país? Pues, por ejemplo, que esta entrevista no se publique en el apartado de política y que tenga que hacerse una revista aparte exclusiva para las mujeres que, por supuesto, está estructurada en moda, belleza, celebrities, etc. en lugar de asuntos como violencias patriarcales, medicalización del cuerpo femenino, sexualidad, recuperación de la memoria histórica de la mujer, etc. Es como si la prensa quisiera decirnos: sí, sabemos que existís, pero no podéis pretender que vuestros problemas ocupen las grandes secciones periodísticas ni que en las revistas femeninas abandonemos las frivolidades, es importante teneros narcotizadas con chorradas. Me pregunto si, por ejemplo, una oleada de violencia verbal callejera se desatara contra, no sé, el sector chino de la población. Que de pronto los/as inmigrantes chinos/as no pudiesen salir a la calle de madrugada solos/as, que necesitasen de la protección de otras personas, que los intimidasen por la calle con palabras malsonantes y groseras. Eso ocuparía primeras planas y se hablaría de una ola de racismo. En cambio las mujeres tenemos que asumir esa violencia sin que la sociedad lo catalogue de problema sociopolítico de importancia, incluso si somos el 50% de la población. Cuando las revistas femeninas hablen de autoras como Virginie Despentes, Itziar Ziga, María Llopis, Beatriz Preciados o Diana J. Torres en lugar de hablar de Valentino o Armani, quizás por fin mis congéneres se conciencien de que, como decía Beauvoir, hoy por hoy seguimos siendo ciudadanas de segunda, El segundo sexo.
¿Qué podemos hacer para tratar de revertir esta situación?
A.M. Reconocer nuestra agresividad. Nos robaron la agresividad, nos dijeron: vosotras, niñas dulces, no debéis defenderos porque vuestra feminidad quedaría lisiada. Pero no es así, la legítima defensa es eso, legítima. No necesitamos que nos defiendan, podemos hacerlo solas y podemos hacerlo canalizando la agresividad a través de la creatividad, la sororidad, el sentido del humor y la alegría. Reír descaradamente es lo más subversivo y agresivo que podemos hacer ante el patriarcado. Reír con esas risas histéricas de brujas que nos han dicho que no eran nada femeninas y saber que todo esto está ocurriendo por una razón: nos saben poderosas y tienen miedo de nosotras. Yo no confío en la justicia ni en la policía. Creo que son dos instituciones que, hoy por hoy, y salvo contadas excepciones, sirven al patriarcado. Las cosas están cambiando pero demasiado lentamente y no puedo esperar cuatro generaciones para que la situación se arregle. La vida es corta, prefiero defenderme sola.
J.F. Una propuesta fundamental es la autodefensa feminista, en la que no se aprenden sólo técnicas físicas para enfrentar una agresión sexual, sino que sobre todo se trabaja en reconocer situaciones violentas, incluido el acoso callejero, y se comparten estrategias para enfrentarlas. Recomiendo muchísimo como formadora a Maitena Monroy. Me parece muy importante también que los hombres cuestionen a sus amigos o compañeros de trabajo cuando ‘piropean’.
Alicia, ¿por qué empezaste el proyecto de El cazador cazado?
A.M. Pasé 12 años viajando por todo el mundo. Viví en tres continentes diferentes y entré en contacto con infinidad de culturas. Eso me ayudó a darme cuenta de que había lugares donde las mujeres podían caminar por la calle sin ser ofendidas en cada esquina. La gente era capaz de relacionarse entre ella, ligar, hablar, etc. sin asumir roles de superioridad/inferioridad. Cuando volví a España se me hacía insoportable convivir con esta costumbre tan rancia del acoso callejero. A veces las situaciones eran tan desagradables que terminaba llorando. Pensé que debía darle la vuelta a la situación. Yo quería reír. Si alguien tenía que llorar, que fueran ellos.
¿Es España un país donde el acoso callejero se ha convertido en algo habitual?
A.M. Depende de la ciudad, pero sí, en general se tiene muy interiorizado tanto por hombres como por mujeres. Cuando mis amigos de Seattle (EEUU), ciudad donde viví una larga temporada, ven mis vídeos no dan crédito. Allí la gente es muy espontánea y te dicen cosas por la calle pero de manera completamente diferente. Vas paseando y alguien (hombre o mujer) se acerca a ti y comenta: “me encanta la camiseta que llevas”, o bien “tu sonrisa me ha alegrado la mañana”, o bien “¡qué maravilla de corbata!”… pero el matiz es completamente distinto porque no hay juicio de valores, ni paternalismo, ni jerarquía de géneros: un hombre se lo puede decir a otro hombre, por ejemplo. No existe un acoso sexual, existe un acercamiento amigable, espontáneo y respetuoso que puede o no terminar en amistad, sexo o, simplemente, un saludo cordial a un/a desconocido/a. Y por supuesto esos acercamientos no incluyen insultos, palabras malsonantes ni tocamientos.
¿Qué podemos contestar a aquél que nos tilde de “paranoicas” por quejarnos ante un piropo o un halago pasado de rosca y claramente machista?
J.F. Me preocupa que cada comentario aislado no parece suficientemente grave como para darle una respuesta contundente. ¿Es una agresión algo aparentemente inofensivo como que te digan “hola, guapa”? ¿Cómo contestar a eso sin que te tachen de agresiva y exagerada? Pero el problema es que no es un “hola, guapa aislado”, sino que las mujeres, por el hecho de serlo, estamos expuestas a recibir ese tipo de comentarios de forma habitual, unido al riesgo de ser agredidas física y sexualmente en la calle, incluidos esos tocamientos tan habituales que mencionaba antes. Y esa situación, que definimos como violencia simbólica, nos hace sentirnos vulnerables, expuestas, nos recuerda que la calle aún no es nuestra. Que se trate de un bombardeo de piropos aparentemente inofensivos hace que nos acostumbremos a ignorarlos, a intentar que no nos afecten. Pero claro que nos afectan, y callárnoslo nos genera una impotencia y una rabia contenida que creo que hay que empezar a expresar. Por eso creo que es importante que respondamos cuando nos sintamos con ánimos. Es fundamental que las mujeres compartamos estrategias de cómo hacer frente a estas pequeñas agresiones, así como propuestas como la de Alicia o Hollaback.
A.M. Hay que decirles que no nos interesa su opinión. Yo no quiero convencer a nadie de nada, no me interesa el juicio que el patriarcado haga de mi persona, lo que yo quiero es que me dejen pasear tranquila por la calle. ¿Ellos/as piensan que soy una paranoica? Uf, pues si supieran lo que yo pienso de ellos/as… lo mismo hasta les traumatizaba.
¿Podemos esperar que las cosas mejoren?
A.M. Las cosas ya están yendo a mejor. Recibo mensajes casi a diario de mujeres que me cuentan lo importante que ha sido mi proyecto para ellas, todo lo que ha significado, cómo han logrado empoderarse, sentirse más fuertes. Para mí eso es haber avanzado muchísimo. Y sé que cada vez somos más. Por desgracia aún queda mucha gente que no ha vivido otra manera de relacionarse con el otro sexo que no sea a través del acoso. Hay quien me dice: “Pero entonces, ¿cómo voy a hacerle saber a una chica que me gusta si no es diciéndoselo?” No se enteran de nada, no entienden que para gustar a alguien lo primero que tienes que hacer es preocuparte por su bienestar, por que se sienta cómoda. Pero llegará un día en que los hombres entiendan que decirle a una mujer “¡Borreeeeeegaaaa!” a gritos desde un andamio no tiene nada que ver con la seducción. Es una cuestión de sentido común.
Entrevista publicada en Píkara magazine
Entrevista publicada en Píkara magazine
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