La nueva oleada de inversiones empresariales en tierras parece tener como objetivo la expansión e intensificación de un modelo de cultivo con poca visión de futuro, el cual, hasta la fecha, ha marginado las voces y los intereses de las mujeres. Al igual que ocurre con la pita, el tabaco y el té en el pasado, los actuales inversores privados en cultivos de soja, jatrofa y eucalipto parecen descartar la producción de alimentos a pequeña escala por parte de las mujeres, al considerarla sin importancia e irrelevante. No podrían estar más equivocados.
La producción de alimentos a pequeña escala y las mujeres que participan en ella son el pilar de los medios de vida rurales. Las mujeres agricultoras, como las que han perdido sus tierras según se pudo comprobar con la investigación llevada a cabo para este documento, producen más de la mitad de todos los alimentos cultivados en el mundo. Aproximadamente 1.600 millones de mujeres dependen de la agricultura para sus medios de vida, pero muchas están actualmente en riesgo por el enorme incremento de las inversiones agrícolas a gran escala por parte de empresas, que amenazan el suministro de alimentos de las personas que viven en la pobreza.
Pocos gobiernos parecen estar considerando el tipo de inversiones que pueden suplir las verdaderas necesidades de las mujeres productoras de alimentos y sus comunidades; es decir, la clase de inversiones que podrían crear una economía rural dinámica y asegurar la sostenibilidad ecológica de las prácticas de cultivo para las generaciones futuras. Si los gobiernos quieren transformar verdaderamente las economías rurales de sus países, las inversiones que incentiven y aprueben deberían permitir que los agricultores puedan buscar sus propias soluciones para el desarrollo rural.
Se están arrebatando los recursos a las mujeres
"Ahora no tengo tierra y tengo que hacer pequeños trabajos como lavar ropa para otras personas, como profesores, o trabajar en [otra] granja, para poder conseguir algo de comida. Hoy he trabajado en la granja de la empresa y me dieron harina de maíz suficiente solo para dos ollas de [atole]."
Cuando se intensifica la competencia por la tierra, las mujeres rurales suelen ser sometidas a una presión hacia su exclusión por parte de los parientes o miembros de la comunidad masculinos. En efecto, en cuanto un recurso natural adquiere valor comercial en el mercado de materias primas internacionales, el control de las decisiones sobre dicho recurso pasa rápidamente de las mujeres rurales a los hombres.
Cuando se aplican medidas compensatorias, las mujeres rurales tienen menos probabilidades de ser las destinatarias directas; de todos modos, la compensación económica solo tiene un efecto temporal y no puede reemplazar las muchas formas en que las mujeres valoran y se benefician de la tierra.
No se escucha a las mujeres
La exclusión de las mujeres rurales del acceso a la tierra no sólo ocasiona la pérdida de su control sobre la producción de alimentos, sino que también se pierden el conocimiento, las prácticas y las técnicas que, durante siglos, han salvaguardado la integridad de la tierra, las semillas y el suelo, así como el valor nutricional de los alimentos. Cuando un inversor externo consulta con la comunidad local, es más probable que les digan a las mujeres lo que sucederá en lugar de preguntarles lo que debería pasar. Incluso en algunos movimientos indígenas y asociaciones de agricultores, las mujeres raramente tienen una influencia real. Los sistemas emergentes de financiación del cambio climático y la apreciación del carbono forestal legitimizan y valoran la producción a gran escala, en detrimento de las mujeres y sus sistemas de valores.
Las mujeres luchan por sobrevivir
"Necesitamos desesperadamente alimentos. Actualmente los alimentos vienen de la ciudad y se venden en la aldea, y no al contrario, como ocurría antes. No podríamos permitirnos comprar comida porque los sueldos que nos pagan son muy bajos. No producimos nuestra propia comida como antes, porque las empresas extranjeras nos han quitado nuestra tierra bajo la política de privatización para producir granjas de combustible."
Cuando las mujeres pierden acceso a la tierra donde producen alimentos, se ven obligadas a conseguir dinero para comprar comida, al tiempo que los precios aumentan. Las mujeres que enfrentan estos múltiples retos suelen comer menos, lo que compromete su salud, y sacrifican otras necesidades para alimentar a sus familias. Lo mismo ocurre con el agua, cuando los monocultivos intensivos agotan la capa freática o el vallado de los terrenos aísla a las personas de las fuentes del agua. Las mujeres tienen que comprar entonces un recurso natural que anteriormente no les costaba nada. Las mujeres, tanto jóvenes como mayores, son llevadas a situaciones más comprometedoras, humillantes y arriesgadas, incluyendo actividades ilegales y matrimonios prematuros.
Mientras las necesidades más básicas deben adquirirse en vez de producirse, las actividades y oportunidades para generar dinero son cada vez más escasas. Las mujeres tienen dificultades para conseguir trabajo con contrato o empleo estacional y, cuando lo logran, suele ser para las tareas peor pagadas y de más baja categoría. Además, la poca o inexistente infraestructura bancaria rural significa que las mujeres no pueden ahorrar u obtener crédito a partir de ganancias, por lo que están a merced de los prestamistas en las épocas difíciles.
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Artículo publicado en PERIODISMO HUMANO
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