Carmen Magallón |
En un mundo en el que todavía predomina la mirada arraigada de la experincia masculina, hablar desde las vidas de las mujeres tiene a veces rango de descubrimiento, de develamiento de un pensar y de un hacer que no son los comunes, que no han podido hacerse comunes por estar ocultos en la niebla de lo que no ha sido dicho en público
(España, 1951). Doctora en Ciencias Físicas
por el programa de Historia de la Ciencia y Filosofía de la Ciencia de
la Universidad de Zaragoza. Fundó en 1993 el Seminario Interdisciplinar
de Estudios de la Mujer de la Universidad de Zaragoza y es miembro del
grupo de investigación Genciana. Desde su fundación, en 1984, forma
parte de la Fundación Seminario de Investigación para la Paz y del grupo
editor de la revista En Pie de Paz (1986-2001). Desde 2003 es Directora
de la Fundación Seminario de Investigación para la Paz. Ocupa el cargo
de vicepresidenta de la Asociación Española de Investigación para la Paz
(AIPAZ).
Nos presentaron diciendo “las dos sois de Teruel” e iniciamos juntas
una primera marcha contra la entrada de España en la OTAN. A nuestro
lado un niño de unos cinco años corría en bicicleta: su hijo, nuestro
Sergio. Había miles de personas contagiadas de la fiesta de poder decir
“no” en voz alta. Nos encontramos por vez primera con la voz y la
palabra, con nuestras voces y nuestras palabras en la misma nube de la
calle, en ese momento que te concede la magia y una brisa te envuelve
para siempre con esa otra mujer que pasará a ser una imprescindible de
los caminos que tenemos la suerte de andar, a veces en el mar rojo a
veces en el azul. Y hoy, incluso después de tanto tiempo y parafraseando
a Yourcenar, esa mujer, pequeña, mágica, bella, y yo “aún no nos hemos
aburrido”, aún seguimos compartiendo la voz y la palabra con la misma
curiosidad de antaño. Aún nos disponemos a intentar cambiar el mundo y
yo sigo yendo de su mano.
Entonces, yo no sabía que Carmen era tantas cosas, tan inteligente y
tan brillante en todo lo que hacía y, sobre todo, tan humilde, de esa
humildad que sólo he encontrado en algunas mujeres sabias, ese don de
saber escuchar y de aprehender. Tiene el ángel de la vida, ese “tener
ángel” del que se habla y no se ve, pero que pocos tienen. Supe que
habíamos estudiado en el mismo colegio de monjas, allí aprendimos a
soñar, y supongo que a sobrevivir en el frío invierno de Teruel. Nos
pareció que compartir aquellas paredes y aquellas aulas y aquel
trajecito a cuadros era compartir la esencia de muchas cosas, la
austeridad y el esfuerzo sin límites que nuestras familias hacían para
que sus hijas estudiaran y así, sin bien saberlo, intentaran cambiar el
mundo aunque fuese un poquito.
La mente privilegiada de esta activista la llevó a las ciencias y se
doctoró en Físicas y estudió Filosofía y Psicología. Catedrática de
Física y Química, se curtió en la docencia durante muchos años y es
escritora y madre y amiga e investigadora y feminista y a veces libre.
Es, desde hace unos meses, miembro del consejo editorial del periódico
Público. Ella vive entre la ciencia, el género y la cultura de paz y
entre la vida y la literatura. Ha publicado poesía, aunque nunca lo
cuenta, y ha hecho teatro y se ha inventado una y otra vez el mundo,
como si “la vida fuera un largo proceso de paz que dura toda la vida”,
un proceso que a veces se recorre a pie y otras andando y otras, las
menos, pero ocurre, flotando.
Y llegó En pie de Paz en 1986 y produjo nuevos amores y una
curiosidad por aprender y reflexionar y romper moldes, sin saber que así
era y así sería hasta el 2001. Allí se crecía sin saber que se crecía,
se hablaba de paz y de resolución de conflictos, de objeción de
conciencia, de feminismo, de ser verde, rojo, violeta, de arco iris, de
estructuras horizontales y Carmen viajaba y escribía y crecía y su
arrojo por la paz nos iba convirtiendo a algunas, que como yo llegamos
de otros mundos pero queríamos construir un camino de paz, llevamos a la
práctica la vieja máxima de que lo privado era político. Si alguien fue
En Pie de Paz, esa fue sin duda Carmen Magallón, ella representa para
mí todo ese espíritu, todo ese esfuerzo y esa alegría por saber y por
cambiar el mundo. En Pie de Paz es la escuela de muchos y sobre todo de
muchas en un encuentro de generaciones, que inauguraba otros espacios
para vivir, otra forma de querer hacer y de volver a amar.
Mujeres en Pie de Paz es el gran libro homenaje que Carmen escribió
donde nos reconoce a muchas y rinde homenaje a las que fueron antes y da
memoria a las que han de venir. Es un libro imprescindible que teje una
red de acciones y reflexiones donde las vidas laten por sí solas. Es un
reconocimiento a todas las que luchan, tejen abrigos o redes, discursos
políticos y memorias. Un reconocimiento donde no falta nadie.
Carmen Magallón sabe que después de tanto tiempo, todavía hoy, hablar
desde las mujeres “no sólo es un descubrimiento, sigue siendo una
provocación” y Mujeres en Pie de Paz es una provocación, que habla del
amor y del poder con los otros y no sobre las otras y los otros. Del
resultado de organizar la vida en horizontal y no en vertical, que es lo
que siempre hay. Parte de tu recorrido vital está entre estas páginas,
tus páginas, y están las políticas cotidianas y el reconocimiento de
mujeres que han construido también nuestro día a día. Hablo de Virginia
Wolf, de Petra Kelly, de Julia Adinolfi… y colectivos más cercanos,
queridas amigas de Lisístrata, Librería de Mujeres o, más lejanos que no
más lejos; Greenhan Common, Mujeres de Negro o las Madres de la Plaza
de Mayo y tantos otros que viven su día a día envueltos en una tela de
silencio, silenciadas, que no en silencio.
La historia de las mujeres en la ciencia y el análisis epistemológico
del quehacer científico y las relaciones entre género, ciencia y
cultura de paz son otros de sus temas de investigación. “Para evaluar
las aportaciones de la mujeres a la ciencia a lo largo de la Historia,
hay que conocer cuándo y en qué contexto pudieron incorporarse a las
instituciones científicas… Su presencia ha de ser revaluada aplicando un
coeficiente multiplicador que tenga en cuenta cómo tuvieron que luchar
contra poderosos estereotipos y derribar muchas prohibiciones para
realizar sus contribuciones. ¿Hay que recordar que la universidad
española sólo en 1910 se abrió a las mujeres en condiciones de
igualdad?”.
Sé de este tiempo de trabajo, de esa laboriosidad inquietante y tan
fructífera donde cada letra viaja al papel recubierta de vida, de
intensidad y sobre todo de solidaridad y “sororidad” (sé que no puedo
nombrar todo lo que hace). Mientras escribo ella me ha abrazado en el
aeropuerto camino a México llena de papeles, ordenadores, y curiosidad
y, eso sí, una gran maleta llena de cosas que luego no se pondrá (“odio
hacer la maleta”, suele decir, y me consta). Y cuando regrese habrá mil
cosas nuevas que comenzar, mil detalles retenidos en la pupila y un
proyecto para volver a empezar.
Brecht hubiera dicho que es una mujer imprescindible, yo sé que lo
eres, muchas lo sabemos, y desde estas palabras entrelazadas en el
humilde papel te doy las gracias en nombre de todas las que intentamos
vivir nuestras vidas sin olvidar las vidas de las otras y los otros, de
los que están y de las que han de venir, admitiendo que el tiempo, en
este largo proceso de paz que queremos sea nuestra vida, tal vez no nos
ayude a entenderlo todo pero sí nos enseñe a admitirnos en nuestra
igualdad y en nuestra diferencia.
Eres parte, querida y sabia amiga, de la Tierra que me da, que nos da, soporte. Gracias.
Fuente fotografía: http://www.revistafusion.com/2006/noviembre/entrev158-2.htm
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