Ernestina Ródenas (a la derecha) junto con unas teólogas bolivianas en un encuentro con CDE./ CDE |
Magnífica entrevista de la periodista June Fernández a Ernestina Ródenas, presidenta del Col·lectiu de Dones en l'Esglèsia, publicada en Píkara Magazine.
“Soy de izquierda, obrera. Siempre me he tenido que mover en ambientes
hostiles y contrarios. Estoy en la frontera, soy incómoda para muchos”.
Así se presenta Ernestina Ródenas, presidenta del Col·lectiu de Dones en l’Església,
que aglutina en Catalunya a alrededor de 200 creyentes (religiosas y
laicas; también algunos varones) comprometidas con la igualdad de
género. Incorporan el pensamiento feminista a la teología de la
liberación, debaten con mujeres de otras confesiones y con feministas
laicas, defienden el discurso del Concilio Vaticano II de que “la
Iglesia no es el único espacio de salvación, sino una de las puertas”.
Una vez al mes, celebran el memorial del Señor, haciendo una
formación sobre la Eucaristía a modo de “catequesis ilustrada con
perspectiva de género”. “Está prohibido por la Iglesia, pero no nos
importa. Bueno, las religiosas tienen menos libertad. Una mujer, que es
responsable de su congregación, nos dijo en un acto: ‘A mí no me importa
salir en la foto, pero ya me he llevado muchos palos’”. Ródenas tiene
claro que Iglesia no es sinónimo de una jerarquía que se opone a los
derechos de las mujeres, sino que la construye una comunidad de
creyentes para la que el Evangelio no es un instrumento al servicio del
poder, sino una fuente de liberación.
¿Identifica en las mujeres necesidades espirituales diferentes a las de los hombres?
Las mujeres estamos muy cerca de la vida, de las necesidades de la
vida que se aprenden en comunidad. Tenemos mucha necesidad de
expresarnos, no somos personajes solitarios. Los hombres, en cambio, han
ligado la espiritualidad a la soledad y el aislamiento.
Tradicionalmente, las iglesias han estado llenas de mujeres, porque es
un espacio al que hemos podido ir solas, sin que nadie nos culpabilice,
incluso como forma de escapar del ámbito doméstico. Además, las mujeres
buscamos en la religión respuestas a nuestras experiencias vitales.
Creamos vida, cuidamos vida; comprendemos fácilmente los mensajes
religiosos, como el de la encarnación de Jesús, un dios que puedes
estrechar en los brazos. También sentimos una mayor necesidad de buscar
respuestas al sufrimiento, debido a los deberes y papeles que se nos han
asignado. El evangelio puede ser liberador. Jesús siempre se inclinó
por la mujer y por los más débiles, como indican las interpretaciones
del evangelio nada misóginas que se han hecho últimamente.
Mucha gente atea no entiende cómo es que, siendo las iglesias
instituciones con una organización patriarcal y con un discurso
contrario a los derechos de las mujeres (como los reproductivos), sigan
teniendo una base feminizada. ¿Qué hace que las mujeres sigan
participando en estas instituciones?
Para mí la Iglesia no es la jerarquía. Somos la comunidad de
creyentes. Nos reunimos, leemos el evangelio, que contiene palabras de
liberación, que se pueden interpretar desde la perspectiva de género.
Hay esperanza para rato. Por ejemplo, la historia de la mujer encorvada
que sanó Jesús, porque no podía soportar verla así. Simboliza a la mujer
oprimida que no puede levantar la vista del suelo. Jesús la endereza.
Ella se pone de pie, anda, alaba a Dios, canta y baila. La religión
entendida como la práctica del mensaje evangélico no quiere ver a
ninguna mujer encorvada. Nos quiere de pie, felices… Nunca condena.
En una investigación sobre mujeres y religiones, he
encontrado la siguiente afirmación: las mujeres identifican que las
religiones imponen sus normas morales con mayor rigor sobre ellas que
sobre los hombres; son conscientes de esa doble moral, pero no tienen
herramientas para cuestionarla. ¿Qué opina?
No existe el hombre que embaraza, sólo la mujer embarazada, a ella se
le cargan todas las penas, la exclusión, la culpa, la penalización. La
mujer se queda sola y acusada por todo el mundo. El prostituidor y el
proxeneta reciben menor condena que la prostituta. La doble moral es
descaradamente actual. A la madre soltera y a la prostituta, Jesús les
dice: “Yo no te condeno”.
La penalización del aborto es otro ejemplo de esa ideología que
machaca a las mujeres. Pero hay herramientas. En el aniversario del
Concilio Vaticano II, aboguemos por la libre conciencia, por que cada
quién discierna sus opciones fundamentales. Y dejemos a un lado la
culpa.
Popularmente se habla de la culpa cristiana. ¿No es una emoción inherente al catolicismo?
La culpa ha calado mucho. La civilización europea proviene de tesis
no sólo cristianas, también aristotélicas, que no eran propicias a que
la mujer tuviera un lugar prominente en la sociedad. La cultura
cristiana europea ha pasado muchas épocas, en las que la mujer ha sido
más libre. Nosotras arrastramos el estigma del clericalismo agudo de
Franco. La culpa no es inherente al mensaje auténtico. La jerarquía,
para tener poder, ha potenciado la cristiandad y se ha olvidado el reino
de Dios: la paz, la justicia, la igualdad. Los estados han utilizado la
religión como instrumento de dominio y poder. Los más débiles lo
sufren.
Pero, en materia de moral sexual, ¿hay algún mandato insalvable? ¿Se pueden cuestionar todos?
Los movimientos feministas laicos nos han hecho un gran favor
redescubriendo el sentido del placer, de la alegría, en contra de la
idea de que hemos venido al mundo para sufrir. Las mujeres católicas lo
han ido interiorizando. En España las mujeres no podían estudiar
teología, pero en otros países sí, y había teólogas feministas de las
que estamos aprendiendo. Sabemos que Dios puede ser madre y padre a la
vez, no se le puede poner etiquetas. Y que, donde hay amor, ahí está
Dios.
Ese es el lema de una campaña a favor de la diversidad del
Movimiento Feminista de Nicaragua, cuya imagen es de dos mujeres
besándose. ¿Qué le parece?
Pues muy bien. No es que el amor sea algo perfecto que pueda con todo, pero me parece un buen mensaje.
Entonces, ¿qué es el pecado?
El pecado es un invento. Es la negación de la vida, la negación de la
posibilidad de ser feliz. Es una construcción social. El pecado es un
desorden que te provocas a ti misma, pero tú eres el primer damnificado y
tienes una carga que te llevas a cuestas. Jesús hablaba de pecado
porque era el lenguaje de la época, pero no cargaba contra los
pecadores. Asistimos a una teología del pecado muy totalitaria. El
recurso fácil es culpabilizar a la mujer, cargar más peso a la mujer
encorvada. La confesión es un instrumento de poder. Hace años que no me
confieso. Por eso las mujeres van abandonando las iglesias. Los obreros
abandonaron la iglesia por las injusticias a principios del siglo XX,
los jóvenes a mediados de siglo, las mujeres en el siglo XXI. Queremos
cambiar las cosas, y también queremos que los hombres cambien su modelo
de masculinidad.
Pero, ¿cómo puede una mujer de un pueblo pequeño acceder a esos discursos alternativos a los del cura de su parroquia?
Antes era imposible. O te ibas del pueblo, o te metías en una orden
religiosa. Ahora las mujeres de los pueblos tienen recursos. Hay medios
de comunicación. Escriben cartas, envían correos, opinan. Si es
necesario, denuncian. Abandonemos la idea de la mujer pobrecita que no
sabe. Han perdido el miedo a pronunciarse. El discurso patriarcal viene
de muy antiguo, no lo emite sólo la iglesia sino toda la sociedad: desde
los medios de comunicación a los púlpitos, se dice a las mujeres lo que
tienen que hacer. Es muy difícil sustraerse de ese pensamiento único. A
medida que las mujeres se organizan en grupos, ahí hay una fuerza.
La Conferencia Episcopal se vuelca contra el aborto, pero no
se ha manifestado contra la violencia machista, contra el feminicidio.
La Iglesia tiene un defecto: le obsesiona mucho el final y el
principio de la vida. Reserva únicamente a Dios el derecho a decidir.
Esto marca la postura ante la eutanasia y el aborto. Así, que se mate en
guerras parece inevitable y, efectivamente, no se han desarrollado
medidas de protección a las víctimas de la violencia machista. La
jerarquía confunde el poder de Dios con su propio poder de influir. Pero
hay personas clarividentes dentro de la Iglesia que lo están
denunciando, como Teresa Forcades.
El libro ‘Cásate y sé sumisa’ se ha convertido en un éxito de
ventas. ¿Cree que ese mandato de sumisión femenina impera en el
discurso hegemónico de la Iglesia católica?
Se podían haber ahorrado ese libro. Ni me molesto en contestar. No
vamos a discutir tonterías. Es un intento desesperado de querer salvar
lo que ven amenazado: sienten que con el papa Francisco, todo se les va
de las manos. El pensamiento único aparentemente da seguridad. Vendes tu
libre conciencia a cambio de esa falsa seguridad.
¿Qué espera del papa Francisco?
Está en nuestra línea, de desmontar artificios innecesarios, abriendo
camino para que el Evangelio pueda leerse con mayor claridad;
bienvenido sea. Pero no soy mitómana. Es una voz como la nuestra, sólo
que desde el altavoz del Vaticano suena más alto y lejos.
¿Aboga por que las mujeres que se topen con discursos
machistas en las Iglesias vivan su fe sin intermediarios o en espacios
alternativos?
Eso estamos haciendo. Las mujeres enseñamos, aprendemos teología,
historia, biblia, trabajamos en redes solidarias con otras mujeres para
conseguir la igualdad, somos críticas como cómo gobiernan los hombres.
Pensamos estrategias para desmontar mitos y lenguajes excluyentes.
Debatimos sobre ecofeminismo, teología queer (la teología de los
márgenes, que reconoce a Dios en los sujetos que desecha la sociedad;
negros, homosexuales, transexuales…). Rescatamos la aportación
indispensable de mujeres bíblicas, históricas. Por ejemplo, contamos que
San Jerónimo, quien tradujo la biblia (representado en una cueva,
desnudo con una calavera) contó con un grupo de mujeres del Tridentino
que tenían poder (porque los hombres estaban en la guerra) y que fueron
un apoyo clave en su trabajo.
Construimos la Iglesia que soñamos. No queremos ser iguales que
ellos, no queremos que nos hagan curas ni llegar a papas. No nos
interesa. No tendría que haber papa ni Vaticano.
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