skip to main | skip to sidebar

Amy Goodman

Periodista, investigadora, escritora... Ha demostrado que SÍ es posible la independencia de los medios de comunicación y ha dado voz a lxs excluídxs en los mass media. SIN ELLA NO SE MUEVE EL MUNDO.

Vandana Shiva

Doctora en física, filósofa, activista por la justícia global y la soberanía alimentaria... Ha demostrado que SÍ es posible la producción sostenible y plural de alimentos. SIN ELLA NO SE MUEVE EL MUNDO.

Tawakkul Karman

Periodista, política, activista por los Derechos Humanos... Ha demostrado que SÍ se puede luchar desde el pacifismo por la Revolución política, social y de género en Yemen. SIN ELLA NO SE MUEVE EL MUNDO.

Joumana Haddad

Poeta, traductora... Ha demostrado que SÍ se puede trabajar por la secularización de la sociedad, la libertad sexual y los derechos de las mujeres en Líbano. SIN ELLA NO SE MUEVE EL MUNDO.

Leymah Gbowee

Trabajadora social, responsable del movimiento que pacificó su país en 2003... Ha demostrado que SÍ es posible la Paz en Liberia y que las mujeres son sus constructoras. SIN ELLA NO SE MUEVE EL MUNDO.

Ada Colau

Filósofa de formación y miembra visible de la PAH... Ha demostrado que SÍ es posible hacer frente a la ilegitimidad de las leyes movilizando a la sociedad pacíficamente. SIN ELLA NO SE MUEVE EL MUNDO.

Marama Davidson

Activista por los derechos del pueblo maorí... Ha demostrado que SÍ es posible identificarse con la idea universal de la descolonización del Planeta. SIN ELLA NO SE MUEVE EL MUNDO.

Teresa Forcades

Doctora en salud pública, teóloga... Ha demostrado que SÍ es posible un discurso humanista, feminista y combativo por la justícia social dentro de la Iglesia Católica. SIN ELLA NO SE MUEVE EL MUNDO.

Sheelah McLean, Nina Wilson, Sylvia McAdam y Jessica Gordon

Fundadoras del movimiento Idle No More... Han demostrado que SÍ es posible mobilizar a la sociedad en defensa de los derechos de los pueblos autóctonos en Canadá. SIN ELLAS NO SE MUEVE EL MUNDO.

1 de mayo de 2016

La industria oculta de los óvulos

Artículo de Beatriz Gimeno publicado en Píkara Magazine

El control de la reproducción ha sido siempre un espacio de lucha política. Bajo el eufemismo de “donación”, se sostiene un mercado en el que los cuerpos de las mujeres precarias son sometidos a tratamientos e intervenciones agresivas. Entonces, ¿cómo es que el feminismo español no incluye este tema en su agenda?


El otro día una periodista francesa me llamó para hacerme una entrevista sobre la donación de óvulos. No dejó de mostrarse asombrada por que España sea uno de los países en los que, habiendo un mayor tráfico de compraventa de óvulos (al mismo tiempo que un país con un fuerte movimiento feminista) sea uno de aquellos en los que menos se habla de esta cuestión. Es cierto.
El auge y la utilización de las tecnologías de reproducción asistida y la compraventa (donación) de óvulos sí son temas feministas. Sólo las mujeres se embarazan y paren mediante estas tecnologías y sólo las mujeres tienen óvulos. Ya sabemos que la tecnología, toda la tecnología, tiene un enorme interés para las ciencias sociales en sí misma en tanto que es, además de una técnica específica, una práctica social y discursiva de representación. Por supuesto que las tecnologías, la técnica, el conocimiento, la misma ciencia, todo ello está mediado por relaciones de poder, y si hacemos referencia a cuestiones reproductivas, estarán mediadas por relaciones de género, obviamente; que es lo mismo también que decir “poder masculino”. Ni por un momento debemos olvidar que el control de la reproducción ha sido siempre un espacio de lucha política, y lo sigue siendo.
La reproducción asistida que ocurre en la sanidad pública cubre una ínfima parte de la demanda existente, y en todo caso, habría mucho que escribir acerca de cómo se genera esa demanda, de cómo se crean nuevas categorías de mujeres estériles y enfermas (antes infértiles) necesarias para mantener de manera creciente la demanda, de cómo se relaciona esta demanda con categorías de consumo, con modas culturales, etc. Y no olvidemos que estamos hablando de una enorme industria mundial, una industria cuyo interés es el lucro y cuya materia prima son los biomateriales humanos (esperma, óvulos, embriones).
Las técnicas de reproducción asistida tienen un enorme impacto social que puede afectar a las relaciones de género, de parentesco, a las concepciones tradicionales de lo que es la maternidad y paternidad, pero que afecta también a la salud de las mujeres. Recordemos que la industria que utiliza como materia prima los óvulos no se dedica sólo a la reproducción asistida, sino que además de esta, está la investigación en clonación terapéutica y células troncales. En esta industria de biomateriales, la razón tecnocientífica capitalista ha generado una lógica utilitarista que requiere de óvulos de manera masiva. El problema es que los óvulos son un recurso limitado y de difícil acceso y para conseguirlos la industria ha puesto en marcha toda una batería de discursos médicos, jurídicos o científicos, además de una maquinaria publicitaria, en la que el papel de aquellos y la explotación de los cuerpos de las mujeres se invisibiliza y banaliza socialmente.
Hay muchas maneras de hacerlo. Por ejemplo, en todo este proceso, se suele hablar, en general, de “embriones”, como si estos surgieran de la nada, invisibilizando que son necesarios miles de óvulos para conseguir esos embriones. No se dice dónde ni cómo se van a conseguir esos óvulos, ni el precio que hay que pagar por ellos.
Otra manera de invisibilizar la cuestión es llamar “donación” a lo que en realidad es una compra. Como en el caso de los vientres de alquiler, la excusa que se da al hecho de que haya dinero de por medio y que aun así se llame “donación”, es la de que es necesaria una “compensación”. Lo que oculta dicha compensación es que, sin ella, no habría donaciones suficientes para cubrir la demanda. No hace falta “compensar” la donación de sangre, ni la de esperma y tampoco pagamos por la donación de órganos.
Aunque tampoco hay aquí espacio para profundizar en el papel de los mercados, lo cierto es que siempre que se abre un mercado en una situación de desigualdad estructural, las personas más pobres se ven obligadas a vender lo que sea demandado al precio que los más ricos fijan y quedan, a su vez, excluidos de los supuestos beneficios de ese mercado. Los pobres que venden un riñón no pueden acceder a comprarse uno en el caso de necesitarlo, etc. La inmensa mayoría de las mujeres que donan sus óvulos lo hacen por motivos económicos. En la actualidad, por ejemplo, es muy corriente encontrar publicidad para estas donaciones en las universidades. Sabemos que esta ha sido la manera en la que muchas estudiantes han podido pagarse las actuales matrículas universitarias. Y también sabemos que hay una auténtica industria de óvulos procedentes de los países más pobres de Europa: Rumanía y Polonia principalmente.
Pero en el caso de los óvulos y bajo el eufemismo de “donación”, subyace crudamente la desigualdad de género. Una muestra de esta desigualdad es el tratamiento que se da a esta “donación” en la publicidad y en la información social y técnica, como equivalente a la donación de esperma. Se ha construido así un imaginario en el que supone lo mismo donar óvulos que esperma, lo cual es una desinformación interesada que vulnera los derechos de las mujeres, sin que hasta ahora la ley, ni el feminismo, hayan mostrado mucho interés en esto.
Para empezar, el esperma no necesita de ningún tratamiento para ser donado. Los óvulos sí, y muy agresivo. La donante tendrá que someterse a multitud de pruebas invasivas y dolorosas, la mayoría sin anestesia. Las mujeres, además, producimos un solo óvulo al mes, una producción claramente insuficiente para la industria. Para sortear esta bajísima productividad natural, se somete a las mujeres a una hiperstimulación ovárica, de manera que en lugar de un óvulo produzcamos de diez a veinte. Esto supone un tratamiento hormonal muy agresivo que mediante inyecciones diarias y constantes visitas al médico para pruebas de todo tipo, que convierte el cuerpo de la “donante” en una bomba de hormonas, con consecuencias psicológicas y físicas muy profundas.