skip to main | skip to sidebar

Amy Goodman

Periodista, investigadora, escritora... Ha demostrado que SÍ es posible la independencia de los medios de comunicación y ha dado voz a lxs excluídxs en los mass media. SIN ELLA NO SE MUEVE EL MUNDO.

Vandana Shiva

Doctora en física, filósofa, activista por la justícia global y la soberanía alimentaria... Ha demostrado que SÍ es posible la producción sostenible y plural de alimentos. SIN ELLA NO SE MUEVE EL MUNDO.

Tawakkul Karman

Periodista, política, activista por los Derechos Humanos... Ha demostrado que SÍ se puede luchar desde el pacifismo por la Revolución política, social y de género en Yemen. SIN ELLA NO SE MUEVE EL MUNDO.

Joumana Haddad

Poeta, traductora... Ha demostrado que SÍ se puede trabajar por la secularización de la sociedad, la libertad sexual y los derechos de las mujeres en Líbano. SIN ELLA NO SE MUEVE EL MUNDO.

Leymah Gbowee

Trabajadora social, responsable del movimiento que pacificó su país en 2003... Ha demostrado que SÍ es posible la Paz en Liberia y que las mujeres son sus constructoras. SIN ELLA NO SE MUEVE EL MUNDO.

Ada Colau

Filósofa de formación y miembra visible de la PAH... Ha demostrado que SÍ es posible hacer frente a la ilegitimidad de las leyes movilizando a la sociedad pacíficamente. SIN ELLA NO SE MUEVE EL MUNDO.

Marama Davidson

Activista por los derechos del pueblo maorí... Ha demostrado que SÍ es posible identificarse con la idea universal de la descolonización del Planeta. SIN ELLA NO SE MUEVE EL MUNDO.

Teresa Forcades

Doctora en salud pública, teóloga... Ha demostrado que SÍ es posible un discurso humanista, feminista y combativo por la justícia social dentro de la Iglesia Católica. SIN ELLA NO SE MUEVE EL MUNDO.

Sheelah McLean, Nina Wilson, Sylvia McAdam y Jessica Gordon

Fundadoras del movimiento Idle No More... Han demostrado que SÍ es posible mobilizar a la sociedad en defensa de los derechos de los pueblos autóctonos en Canadá. SIN ELLAS NO SE MUEVE EL MUNDO.

24 de noviembre de 2013

MUJERES EN PIE DE PAZ

Carmen Magallón
Teresa Agustín a su amiga Carmen Magallón. Publicado en PERIODISMO HUMANO

En un mundo en el que todavía predomina la mirada arraigada de la experincia masculina, hablar desde las vidas de las mujeres tiene a veces rango de descubrimiento, de develamiento de un pensar y de un hacer que no son los comunes, que no han podido hacerse comunes por estar ocultos en la niebla de lo que no ha sido dicho en público

(España, 1951). Doctora en Ciencias Físicas por el programa de Historia de la Ciencia y Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Zaragoza. Fundó en 1993 el Seminario Interdisciplinar de Estudios de la Mujer de la Universidad de Zaragoza y es miembro del grupo de investigación Genciana. Desde su fundación, en 1984, forma parte de la Fundación Seminario de Investigación para la Paz y del grupo editor de la revista En Pie de Paz (1986-2001). Desde 2003 es Directora de la Fundación Seminario de Investigación para la Paz. Ocupa el cargo de vicepresidenta de la Asociación Española de Investigación para la Paz (AIPAZ).

Nos presentaron diciendo “las dos sois de Teruel” e iniciamos juntas una primera marcha contra la entrada de España en la OTAN. A nuestro lado un niño de unos cinco años corría en bicicleta: su hijo, nuestro Sergio. Había miles de personas contagiadas de la fiesta de poder decir “no” en voz alta. Nos encontramos por vez primera con la voz y la palabra, con nuestras voces y nuestras palabras en la misma nube de la calle, en ese momento que te concede la magia y una brisa te envuelve para siempre con esa otra mujer que pasará a ser una imprescindible de los caminos que tenemos la suerte de andar, a veces en el mar rojo a veces en el azul. Y hoy, incluso después de tanto tiempo y parafraseando a Yourcenar, esa mujer, pequeña, mágica, bella, y yo “aún no nos hemos aburrido”, aún seguimos compartiendo la voz y la palabra con la misma curiosidad de antaño. Aún nos disponemos a intentar cambiar el mundo y yo sigo yendo de su mano.

Entonces, yo no sabía que Carmen era tantas cosas, tan inteligente y tan brillante en todo lo que hacía y, sobre todo, tan humilde, de esa humildad que sólo he encontrado en algunas mujeres sabias, ese don de saber escuchar y de aprehender. Tiene el ángel de la vida, ese “tener ángel” del que se habla y no se ve, pero que pocos tienen. Supe que habíamos estudiado en el mismo colegio de monjas, allí aprendimos a soñar, y supongo que a sobrevivir en el frío invierno de Teruel. Nos pareció que compartir aquellas paredes y aquellas aulas y aquel trajecito a cuadros era compartir la esencia de muchas cosas, la austeridad y el esfuerzo sin límites que nuestras familias hacían para que sus hijas estudiaran y así, sin bien saberlo, intentaran cambiar el mundo aunque fuese un poquito.

La mente privilegiada de esta activista la llevó a las ciencias y se doctoró en Físicas y estudió Filosofía y Psicología. Catedrática de Física y Química, se curtió en la docencia durante muchos años y es escritora y madre y amiga e investigadora y feminista y a veces libre. Es, desde hace unos meses, miembro del consejo editorial del periódico Público. Ella vive entre la ciencia, el género y la cultura de paz y entre la vida y la literatura. Ha publicado poesía, aunque nunca lo cuenta, y ha hecho teatro y se ha inventado una y otra vez el mundo, como si “la vida fuera un largo proceso de paz que dura toda la vida”, un proceso que a veces se recorre a pie y otras andando y otras, las menos, pero ocurre, flotando.

Y llegó En pie de Paz en 1986 y produjo nuevos amores y una curiosidad por aprender y reflexionar y romper moldes, sin saber que así era y así sería hasta el 2001. Allí se crecía sin saber que se crecía, se hablaba de paz y de resolución de conflictos, de objeción de conciencia, de feminismo, de ser verde, rojo, violeta, de arco iris, de estructuras horizontales y Carmen viajaba y escribía y crecía y su arrojo por la paz nos iba convirtiendo a algunas, que como yo llegamos de otros mundos pero queríamos construir un camino de paz, llevamos a la práctica la vieja máxima de que lo privado era político. Si alguien fue En Pie de Paz, esa fue sin duda Carmen Magallón, ella representa para mí todo ese espíritu, todo ese esfuerzo y esa alegría por saber y por cambiar el mundo. En Pie de Paz es la escuela de muchos y sobre todo de muchas en un encuentro de generaciones, que inauguraba otros espacios para vivir, otra forma de querer hacer y de volver a amar.

Mujeres en Pie de Paz es el gran libro homenaje que Carmen escribió donde nos reconoce a muchas y rinde homenaje a las que fueron antes y da memoria a las que han de venir. Es un libro imprescindible que teje una red de acciones y reflexiones donde las vidas laten por sí solas. Es un reconocimiento a todas las que luchan, tejen abrigos o redes, discursos políticos y memorias. Un reconocimiento donde no falta nadie.

Carmen Magallón sabe que después de tanto tiempo, todavía hoy, hablar desde las mujeres “no sólo es un descubrimiento, sigue siendo una provocación” y Mujeres en Pie de Paz es una provocación, que habla del amor y del poder con los otros y no sobre las otras y los otros. Del resultado de organizar la vida en horizontal y no en vertical, que es lo que siempre hay. Parte de tu recorrido vital está entre estas páginas, tus páginas, y están las políticas cotidianas y el reconocimiento de mujeres que han construido también nuestro día a día. Hablo de Virginia Wolf, de Petra Kelly, de Julia Adinolfi… y colectivos más cercanos, queridas amigas de Lisístrata, Librería de Mujeres o, más lejanos que no más lejos; Greenhan Common, Mujeres de Negro o las Madres de la Plaza de Mayo y tantos otros que viven su día a día envueltos en una tela de silencio, silenciadas, que no en silencio.

La historia de las mujeres en la ciencia y el análisis epistemológico del quehacer científico y las relaciones entre género, ciencia y cultura de paz son otros de sus temas de investigación. “Para evaluar las aportaciones de la mujeres a la ciencia a lo largo de la Historia, hay que conocer cuándo y en qué contexto pudieron incorporarse a las instituciones científicas… Su presencia ha de ser revaluada aplicando un coeficiente multiplicador que tenga en cuenta cómo tuvieron que luchar contra poderosos estereotipos y derribar muchas prohibiciones para realizar sus contribuciones. ¿Hay que recordar que la universidad española sólo en 1910 se abrió a las mujeres en condiciones de igualdad?”.

Sé de este tiempo de trabajo, de esa laboriosidad inquietante y tan fructífera donde cada letra viaja al papel recubierta de vida, de intensidad y sobre todo de solidaridad y “sororidad” (sé que no puedo nombrar todo lo que hace). Mientras escribo ella me ha abrazado en el aeropuerto camino a México llena de papeles, ordenadores, y curiosidad y, eso sí, una gran maleta llena de cosas que luego no se pondrá (“odio hacer la maleta”, suele decir, y me consta). Y cuando regrese habrá mil cosas nuevas que comenzar, mil detalles retenidos en la pupila y un proyecto para volver a empezar.

Brecht hubiera dicho que es una mujer imprescindible, yo sé que lo eres, muchas lo sabemos, y desde estas palabras entrelazadas en el humilde papel te doy las gracias en nombre de todas las que intentamos vivir nuestras vidas sin olvidar las vidas de las otras y los otros, de los que están y de las que han de venir, admitiendo que el tiempo, en este largo proceso de paz que queremos sea nuestra vida, tal vez no nos ayude a entenderlo todo pero sí nos enseñe a admitirnos en nuestra igualdad y en nuestra diferencia.

Eres parte, querida y sabia amiga, de la Tierra que me da, que nos da, soporte. Gracias.

Fuente fotografía: http://www.revistafusion.com/2006/noviembre/entrev158-2.htm

3 de noviembre de 2013

Violeta Narváez y las mujeres guerrilleras en las FARC


La vida de la mujer en la lucha abarca varios matices, no es sólo heroicidad, valor, entrega. Desde la diversidad de sus posiciones en un conflicto que sobrepasa el calificativo de armado, la mujer debe enfrentar situaciones extremas que la hacen crecerse, pero que están lejos de ser el ideal de vida de cualquier ser humano.

Muchos cuestionamientos se hacen, desde afuera de la montaña, hacia políticas de las FARC-EP relacionadas con las combatientes, por ejemplo, con un tema como la maternidad o su negación.

Más allá de un argumento religioso o basado en la moral humana dominante, es necesario entender la situación particular de las mujeres vinculadas a la lucha armada.

Somos un grupo de mujeres que luchamos por la vida con dignidad, con justicia social, con igualdad; por una vida mejor, en la que las mujeres y los hombres puedan desenvolverse plenamente, sin estar obligados a empuñar las armas, a perder a sus seres queridos, a desconocer el futuro de sus hijos e hijas.

La guerrilla no solo son personas armadas, somos un ejército del pueblo, y como tal, estamos llenos de sensibilidades, de amor, de sueños, de aspiraciones personales, que muchas veces debemos dejar de lado, por la necesidad indiscutible de un cambio real en el funcionamiento de la nación en lo político, en lo económico y en lo social.

Las condiciones impuestas por un estado títere y sanguinario nos han obligado a reprimir procesos naturales en la vida de una persona, por ejemplo, el ser madre.

Cualquier persona, hombre o mujer, que asume un compromiso de lucha de estas características, debe asumir también unas condiciones distintas de vida. En el caso de la mujer, afecta sobremanera los roles sociales acostumbrados. Su papel como sustento de la reproducción de la especie se ve relegado por su participación en la construcción de una nueva sociedad.

Además de estas actividades, las guerrilleras deben asumir tareas de Partido: escribir, hacer análisis político, revisar noticias, leer materiales de formación militar, política y de cultura general, estudiarlos, entre otras tareas que varían según la ubicación de cada combatiente en una comisión, un frente o bloque determinado.

Un embarazo pone a la mujer combatiente en la encrucijada de: ¿Ser madre o ser guerrillera?

No es un tema de opresión a la mujer, de discriminación o desconocimiento de sus necesidades como ser humano: Es conciencia de que al encontrarnos en guerra, las condiciones de seguridad son siempre extremas para quienes asumen la lucha revolucionaria.

Es saber que el carácter insurreccional de nuestra lucha condiciona no solo la vida de la guerrillera, sino también, la de la nueva semilla: “Delito de sangre” le llaman, y no es más que la injusta condena, la persecución, la satanización por parte del estado a los hijos e hijas de quien lucha, por el simple hecho de ser posibles “subversivos en formación”.

Esto significa la persecución implacable, la violación a los derechos humanos, el intento de chantaje afectivo a los combatientes de la organización por medio de la amenaza, desaparición o ejecución de sus familiares.

Pero no es todo en blanco y negro, existen algunos casos en los que, por determinación de la organización, no se ha interrumpido el embarazo, estos casos se producen cuando el aborto constituye una amenaza a la vida de la combatiente, o cuando, previa consulta, la guerrillera es autorizada por la dirección para tener el bebé y hay algún familiar que pueda responsabilizarse de su crianza, siendo ya un problema pues implica entregar el hijo o la hija.

Entonces los problemas son otros, de ser hijo o hija de combatientes farianos que tengan cierta vida pública, la presión aumenta, se extiende a toda la familia, la mayoría de las veces deben salir del país, condenados al exilio, lo que no necesariamente significa que estén seguros, o felizmente realizados. Mientras tanto, pasa el tiempo, la familia dividida, cambio de identidad, una historia de vida oculta, la constante pregunta: ¿Seguirá viva?; pregunta que se hace diaria cuando luego de seis, siete meses...un año, no se tienen noticias de la que lucha.

En la montaña, la guerrillera no siempre puede tener noticias de su familia; por la misma dinámica de la guerra debe movilizarse constantemente y es difícil y peligroso, mantener un contacto.

Situaciones de este tipo no solo afectan a las guerrilleras, también implican a los guerrilleros. Las condiciones de la guerra no son las mejores para establecer una relación de pareja, mucho menos para la conformación de una familia.

Los testimonios relacionados con este tema son incontables, algunos más crueles que otros, son parte del día a día de la guerrillerada. Por eso, internamente, no se cuestiona este tipo de reglas, pues se han visto hasta los efectos más tristes.

Si la mujer decide ser madre, y no guerrillera, entonces se limita a no ser partícipe de la nueva sociedad; o debe bajar el perfil de sus actividades. Esto no es posible en todos los casos, pues de ser conocida por el enemigo, su seguridad siempre será relativa o nula.

No es la situación de las mujeres que pertenecen a la policía o al ejército. La guerrilla no es un trabajo del que te despides después de una jornada de 8, 10 o 15 horas: En todo momento estás en función de desarrollar un proceso, cuando no es para crear, es para sobrevivir. Las mujeres que están del otro lado del conflicto, del lado del Estado quiero decir, son parte de nuestra clase, pero defienden los intereses de la clase que oprime a todos y todas; eso las hace parecer mejores ante la sociedad, y el poder les da la posibilidad de cumplir la doble función de productoras de represión y reproductoras de reprimidos.

Hemos asumido plenamente nuestro compromiso con el pueblo colombiano. Unas decidieron simplemente no ser madres, otras nos pensamos como madres más allá de lo carnal, para acoger a una nación que merece ofrecer dignidad para sus hijos. Todas luchamos por una vida en la que las mujeres no tengan que abortar porque el estado las haya llevado a hacer de la guerra una forma de lucha por la vida, obligándolas a empuñar las armas: Si para construir este proyecto las mujeres actuales debemos negarnos el hermoso placer de la maternidad, creo, personalmente, que habrá valido la pena el sacrificio.

Artículo publicado en La Haine

1 de noviembre de 2013

La violencia obstetra

Excelente artículo de la periodista Alba Onrubia García, Máster en 2010 en Relaciones Internacionales y Estudios Africanos (UAM) y colaboradora de Paz con Dignidad y la revista Pueblos, donde ha publicado el artículo que reproducimos a continuación.  La periodista denuncia el modelo de parto tecnocrático que prima en Brasil, pero extendido ya en prácticamente todo el mundo, en el que se antepone la eficacia y eficiencia mercantiles a los intereses de las mujeres que van a dar a luz, convirtiendo el hospital en una fábrica de reproducción de la fuerza de trabajo. Consideradas objetos y no sujetos con capacidad para protagonizar y decidir sobre su propia experiencia vital, son sometidas a un protocolo en el que no se observan las especificidades y particularidades que, como seres únicos, todxs poseemos, así como a un trato vejatorio verbal y asistencial. En muchos casos, debido a la asiduidad con la que se producen, algunos comportamientos violentos se han "normalizado". 

Así mismo, la historiadora e investigadora de origen italiano afincada en New York, Silvia Federici, en una entrevista publicada en SIN PERMISO afirmava que "Hoy en día, en Estados Unidos al menos, el parto también se ha mecanizado. En algunos hospitales, obviamente no los de lxs ricxs, las mujeres dan a luz en una línea de montaje, con tanto tiempo asignado para el parto, si exceden ese tiempo se les hace una cesárea."

Te invitamos a leer...
 La administradora del blog

La lucha social en Brasil por un parto humanizado libre de violencia institucional

Cosificadas, infantilizadas y desposeídas de cualquier toma de decisión, el cuerpo de las mujeres ha sido el campo de la batalla[1] a dominar por los distintos intereses patriarcales de la esfera pública y privada. Históricamente nos hemos visto sometidas a toda clase de imposiciones legislativas, maritales, religiosas, sociales, éticas y estéticas que nos han relegado a un segundo plano, cuando no al “exilio”, en el control sobre nuestros cuerpos.

Hoy en día sigue existiendo un gran número de esas prácticas que, mantenidas, transformadas, escondidas, aplaudidas y/o criticadas, pretenden seguir haciendo de nuestros cuerpos una disputa exógena a nosotras mismas, no sin encontrarse con las voces colectivas e individuales de los feminismos que mantienen una respuesta clara: el cuerpo es mío, yo decido. Aunque a cada paso los obstáculos y los frentes de batalla se vayan multiplicando.


Como mujeres tenemos la capacidad genética (y la presión social) de engendrar vida. El acto de parir es tan propio de la mujer que algunas personas consideran que la maternidad “es lo que hace a las mujeres auténticamente mujeres”, como se atrevió a señalar el ministro de Justicia Ruiz-Gallardón[2], en una muestra más de cómo la mujer es relegada al rol de madre. Y sin embargo, hasta en esta materia nuestra toma de decisión se ve coartada por un discurso que deliberadamente infravalora nuestra capacidad natural. Unas veces con la fe en la ciencia y la modernidad como bandera, otras evocando los fantasmas del “peligro” y otras muchas simplemente por la mecanización del proceso de parto, éste ha quedado deshumanizado y las instituciones médicas se han apoderado del derecho de la mujer a controlar su propio cuerpo y sexualidad.


La violencia obstetra es una de las formas en las que la violencia de género o violencia sexual se manifiesta de manera silenciosa, cuando menos camuflada por lo ha- bitual. No tan visibilizada como la violencia en el hogar, es ejercida de igual forma por las estructuras asimétricas de poder. Durante el proceso del embarazo, parto y posparto, numerosas mujeres se ven sometidas a prácticas humillantes, violentas y vejatorias, siendo relegadas a meros pacientes sin voz, poder de decisión ni control sobre su proceso.


En este contexto, determinados agentes de la sociedad civil, como grupos feministas, casas de parto y los y las profesionales de la salud del “modelo de la asistencia basado en evidencias y no en hábitos” (que veremos más adelante), vienen denunciando desde la década de los 60 el modelo de parto tecnocrático, ya normalizado en muchas partes del mundo, donde prima el factor productivo por encima del humano. Este modelo médico ha conseguido construir una serie de mitos en torno a la eficacia y eficiencia de la ciencia médica en el proceso de parto que ha generalizado el intervencionismo. Y Brasil, donde la hospitalización se ha convertido en casi la única elección para la gran mayoría de mujeres brasileñas que quieren dar a luz, es el máximo exponente en el continente latinoamericano.


Los procesos de industrialización y “modernización” que se dieron en Brasil en lo económico a principios del siglo XX se fueron extendiendo a todas las esferas de la vida, imperando una cultura capitalista que ha calado hasta los ámbitos de la atención en la salud. El paralelismo de la fábrica con el sistema sanitario ha llevado a generar deshumanización[3]: el hospital, como centro de producción, tiene que mantener unos parámetros de eficacia y eficiencia en términos económicos que desnaturalizan a la mujer y el proceso en sí del parto.


La falta de recursos, en muchos casos, o la productividad para sacar el máximo beneficio, en otros, llevan a encorsetar lo que debería ser un proceso único de cada mujer en una pieza de la maquinaria de fabricación de bebés en serie. La estandarización del “parto modelo” más responde a la idealización de un proceso de parto fácil y rápido para el médico y el hospital que a consideraciones de salud y bienestar del feto y la mujer. De hecho, un amplio porcentaje de las prácticas que se ejercen de manera habitual en los hospitales brasileños y de gran parte del mundo han sido desaconsejadas en informes internacionales, como la Declaración de Fortaleza de 1985 de la Organización Mundial de la Salud (OMS), por tratarse de prácticas que, como la cesárea, la episiotomía, la administración de hormonas o la maniobra de Kristeller, no se justifican en su empleo rutinario. Hay técnicas alternativas más naturales que favorecen tanto el parto como la disminución del dolor: la movilidad libre, los masajes, el afecto, el acompañamiento de una persona querida, un entorno tranquilo…