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Amy Goodman

Periodista, investigadora, escritora... Ha demostrado que SÍ es posible la independencia de los medios de comunicación y ha dado voz a lxs excluídxs en los mass media. SIN ELLA NO SE MUEVE EL MUNDO.

Vandana Shiva

Doctora en física, filósofa, activista por la justícia global y la soberanía alimentaria... Ha demostrado que SÍ es posible la producción sostenible y plural de alimentos. SIN ELLA NO SE MUEVE EL MUNDO.

Tawakkul Karman

Periodista, política, activista por los Derechos Humanos... Ha demostrado que SÍ se puede luchar desde el pacifismo por la Revolución política, social y de género en Yemen. SIN ELLA NO SE MUEVE EL MUNDO.

Joumana Haddad

Poeta, traductora... Ha demostrado que SÍ se puede trabajar por la secularización de la sociedad, la libertad sexual y los derechos de las mujeres en Líbano. SIN ELLA NO SE MUEVE EL MUNDO.

Leymah Gbowee

Trabajadora social, responsable del movimiento que pacificó su país en 2003... Ha demostrado que SÍ es posible la Paz en Liberia y que las mujeres son sus constructoras. SIN ELLA NO SE MUEVE EL MUNDO.

Ada Colau

Filósofa de formación y miembra visible de la PAH... Ha demostrado que SÍ es posible hacer frente a la ilegitimidad de las leyes movilizando a la sociedad pacíficamente. SIN ELLA NO SE MUEVE EL MUNDO.

Marama Davidson

Activista por los derechos del pueblo maorí... Ha demostrado que SÍ es posible identificarse con la idea universal de la descolonización del Planeta. SIN ELLA NO SE MUEVE EL MUNDO.

Teresa Forcades

Doctora en salud pública, teóloga... Ha demostrado que SÍ es posible un discurso humanista, feminista y combativo por la justícia social dentro de la Iglesia Católica. SIN ELLA NO SE MUEVE EL MUNDO.

Sheelah McLean, Nina Wilson, Sylvia McAdam y Jessica Gordon

Fundadoras del movimiento Idle No More... Han demostrado que SÍ es posible mobilizar a la sociedad en defensa de los derechos de los pueblos autóctonos en Canadá. SIN ELLAS NO SE MUEVE EL MUNDO.

26 de enero de 2014

Las mujeres, sin tierra, alimentan al mundo

Mª Ángeles Fernández
Excelente artículo de la periodista Mª Ángeles Fernández publicado en PÍKARA MAGAZINE

La soberanía alimentaria, el derecho de los pueblos a decidir el propio sistema de alimentación y producción, emerge desde el cuidado ancestral de las mujeres por las semillas. Sin acceso al crédito o a la titularidad de los terrenos, alimentan al 70 por ciento de la población del Sur, mientras las transnacionales luchan por controlar el negocio.


‘Tembi’u rape’ es el programa de la televisión guaraní que muestra los ‘caminos de la cocina’ paraguaya. Conduce a la audiencia hacia unas formas de alimentación tradicionales cada vez más olvidadas. Enclavado en el corazón de América del Sur, entre potencias como Argentina y Brasil que han controlado su economía y por ende su producción y su alimentación, a través de la soja y la ganadería, Paraguay es un claro ejemplo de cómo el modelo productivo puede transformar el paradigma económico, ideológico y social de un Estado.

“Las estadísticas muestran que apenas el 2 por ciento de la tierra está en manos de campesinos, campesinas y comunidades indígenas. El resto está controlado por empresas del agronegocio o por grandes terratenientes que se dedican a la producción ganadera y de soja, o a algún tipo de grano que se rige bajo el mismo modelo: producción a gran escala, con semilla transgénica, con introducción de tecnología mecánica y uso intensivo de agrotóxicos. Todo ello trae aparejado la deforestación masiva de grandes extensiones de terreno, deterioro del medio ambiente, del suelo, desplazamiento forzoso de las comunidades. Y las que llevan la peor parte son las mujeres”, resume, como si fuera sencillo, la presentadora de ‘Tembiù Rape’ e integrante de la Coordinadora Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas (Conamuri), Perla Álvarez.

‘Teko karu sâ’ÿ’. Así se dice en guaraní, lengua oficial de Paraguay hablada mayoritariamente en las zonas rurales, ‘soberanía alimentaria’, un concepto transversal en ‘Tembi’u rape’, que reivindica el papel de las campesinas y campesinos locales en la alimentación. “El tema está politizado y las decisiones se toman en el ámbito del Estado, a pesar de que que es una cuestión cotidiana para las mujeres, que siempre han sido las encargadas de la alimentación”, añade Álvarez.

La noción de soberanía alimentaria fue introducida por La Vía Campesina, un movimiento social que enhebra las luchas sociales del campesinado de gran cantidad de países. “Nos une el rechazo a las condiciones económicas y políticas que destruyen nuestras formas de sustento, nuestras comunidades, nuestras culturas y nuestro ambiente natural. Estamos llamados a crear una economía rural basada en el respeto a nosotros mismos y a la tierra, sobre la base de la soberanía alimentaria, y de un comercio justo”, expusieron en 1996 en México, durante su segunda conferencia internacional, cuando se habló por primera vez de este concepto.

La soberanía alimentaria, explican, es el “derecho de los pueblos a los alimentos nutritivos y culturalmente adecuados, accesibles, producidos de forma sostenible y ecológica”. Es el derecho a decidir el propio sistema de alimentación y producción. Es colocar a quienes producen, distribuyen y consumen alimentos en el centro de los sistemas y de las políticas alimentarias, “por encima de las exigencias de los mercados y de las empresas”. Y las mujeres son los ejes esenciales cuando se habla de alimentación y de producción de alimentos. “Históricamente han sido quienes han protegido las semillas nativas, el principio de la vida,”, explica de manera didáctica y pausada Wendy Cruz, de La Vía Campesina de Honduras.

El argumento lo comparte Naciones Unidas, en boca de la directora ejecutiva de ONU Mujeres, Phumzile Mlambo-Ngcuta: “Las mujeres, incluidas las indígenas, frecuentemente han custodiado la gestión y el uso sustentable de los recursos naturales y la preservación y conservación de los cultivos tradicionales y la biodiversidad para las generaciones actuales y futuras”.
 
Los datos de la desigualdad

Incluso los organismos multilaterales que apuestan por la seguridad alimentaria frente a la soberanía reconocen el papel de las mujeres en la alimentación, así como su discriminación y su desigualdad de oportunidades en el mundo agrario. “Si las mujeres de las zonas rurales tuvieran el mismo acceso a la tierra, a la tecnología, a los servicios financieros, a la educación y a los mercados que los hombres, la producción agrícola podría aumentar y el número de personas que padecen hambre se podría reducir entre 100 y 150 millones”, recoge el informe de la FAO ‘El estado mundial de la agricultura y la alimentación’, en su edición 2010-11. Según la misma fuente, las mujeres de todo el mundo tienen menos acceso a la tierra que los hombres: los datos de los países calificados en desarrollo indican que entre el 3 y el 20 por ciento de las personas propietarias de tierras son mujeres, mientras que en algunas zonas el porcentaje no llegan ni al uno por ciento. “La tierra y el territorio son un derecho humano del que pueden nacer las fuentes de desarrollo del pueblo. Quien no tiene tierra no tiene patria. Es el principal recurso de producción en el mundo”, apunta Wendy Cruz.

No poseen la propiedad de la tierra, pero sí son las mujeres quienes la trabajan mayoritariamente. En el Sur, la FAO reconoce que el 70 por ciento de la producción alimenticia es aportada por las mujeres. Un dato que se convierte en escalofriante si se tiene en cuenta que son más del 60 por ciento de ellas las que sufren hambre en el mundo. Sin olvidar que en algunos países la tradición dicta que coman las últimas o que durante una crisis son generalmente las primeras en sacrificar su consumo de alimentos con el fin de proteger la alimentación de sus familias.

Las mujeres tampoco tienen acceso al crédito agrícola, donde el porcentaje que las arropa no llega al 10 por ciento. Ellas cultivan y producen, mientras que las transacciones económicas están en manos masculinas. También la toma de decisiones.

La situación por países presenta matices, pero siempre con tonos de desigualdad y discriminación. “En Honduras hay dos millones de mujeres campesinas: 1,3 viven en pobreza y un 86 por ciento no tiene acceso a tierra. Están violentando el derecho de las mujeres a tener una vida digna, a seguir aportando al desarrollo y a garantizar la alimentación del pueblo”, subraya Wendy Cruz. “Cuidamos gallinas, plantas, personas… todo ese trabajo está invisibilizado y no remunerado”, añade.

‘Jaguerujey ñane retã rembi’u reko’ o lo que es lo mismo: “Recupera la cultura alimentaria de nuestro país”. La activista Perla Álvarez retrata a Paraguay, un país en el que el agronegocio y los transgénicos son el motor de la economía y donde sólo el 1,6 por ciento de los propietarios se reparten el 80 por ciento de la tierra agrícola y ganadera, según datos de Intermón Oxfam. “Las mujeres indígenas son las que llevan adelante la resistencia para mantener el territorio porque muchos de los líderes son comprados por los ganaderos o por los sojeros. Ellos alquilan la tierra pero las que llevan la peor parte son las mujeres, quienes saben qué valor y qué importancia tienen los territorios para la alimentación, pero también para la cultura, para la comunidad y para mantenerse como pueblo”. En un contexto en que la producción de alimentos está cada vez en menos manos, es objeto de especulación económica y no entiende de mandiles ni de aliños, la voz de las mujeres es imprescindible porque la soberanía alimentaria “es anticapitalista y antipatriarcal”, sostiene Leticia Urretabizkaia, coautora del libro Las mujeres baserritarras: análisis y perspectivas de futuro desde la Soberanía Alimentaria, junto con Isabel de Gonzalo. “El asunto de la alimentación muchas veces ha pretendido ser un tema de decisiones masculinas, tanto en las familias como en las organizaciones, porque quienes van a negociar con el Gobierno suelen ser los hombres”, añade por su parte Perla Álvarez.

Desde hace años, la tierra, y sus productos, son objeto de deseo de las grandes transnacionales y de los mercados financieros. “El capitalista neoliberal, siguiendo su lógica de acumulación, explotación y depredación, ha colocado la producción de alimentos en manos del mercado internacional, alejándola cada vez más de las necesidades e intereses de las personas y de prácticas sustentables de producción”, explica la técnica de Cooperación del eje de Género y Feminismo de Mundubat, Isabel de Gonzalo.

Los grupos de consumo como reto

‘Recuperamos tembi´u apoukapy kuera’. ‘Recuperamos recetas’. Perla Álvarez trata de mostrar las maneras tradicionales de la alimentación, explicar la importancia del consumo como un elemento emancipador. Somos lo que comemos. También cómo lo comemos. Lo hace en Paraguay, dónde el 25,5 por ciento de la población está malnutrida, mientras que los sectores de la agricultura y ganadería suponen el 28 por ciento del PIB.

El consumo también es un acto político íntimamente ligado a la soberanía alimentaria. En una sociedad en la que la identidad está cada vez más unida a los conceptos de ‘compra’ y de ‘gasto’ la transformación social no debe obviar esta parcela de la vida. Avanzar hacia la soberanía alimentaria es también hacerlo hacia los circuitos cortos de alimentación o grupos de consumo, “otra forma de llevar a la práctica la máxima de la economía feminista de poner la vida en el centro”, en palabras de la activista del grupo de decrecimiento Desazkundea Kristina Sáez.

El camino de los circuitos cortos de comercialización aún es largo. “Actualmente nos encontramos en la fase en que los grupos de consumo se están dando cuenta y empezando a reconocer la ausencia de la perspectiva de género”, apunta Urretabizkaia, quien trabaja en el diagnóstico para una cooperativa de producción y consumo de productos lácteos. Son muchos los colectivos que trabajan al respecto.

Nekasare es un grupo de consumo que nació en 2005 del sindicato ENHE-Bizkaia. Por aquel entonces la crisis económica era una pesadilla impensable y el porcentaje de mujeres rondaba el 70 por ciento de las personas productoras adscritas. La situación cambió totalmente con el aumento del desempleo: “Cuando la pareja se queda sin trabajo en la industria y la agricultura es la principal actividad económica se produce un absoluto desplazamiento de las mujeres”, explica Isa Álvarez, técnica de ENHE-Bizkaia y coordinadora de la red Nekasare. Hubo un cambio de roles y gran parte de las mujeres cedieron su espacio en lo público a sus parejas. Hoy, de 80 personas productoras, sólo 35 son mujeres.

Cuando la agricultura se convierte en el principal sustento económico ante la falta de otros ingresos, las mujeres son desplazadas, al menos del ámbito público. En el Norte y el Sur la invisibilización del trabajo de las mujeres en el campo es notoria, aunque sobre ellas recaiga la responsabilidad de alimentar al mundo, sin tierras, sin maquinaria y sin crédito. “Si hablamos de alimentación hablamos de la vida”, finaliza Perla Álvarez. Y de las mujeres. ‘Ha mba’e hembireko kuera’.

16 de enero de 2014

Queerizar los planteamientos tradicionales de género y sexualidad

Ilustración Señora Milton

Excelente análisis de Beatriz Gimeno sobre género, prácticas sexuales y feminismo, publicado en la revista PÍKARA MAGAZINE

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Hace un par de semanas se publicaron en España dos estudios sobre la violencia de género en adolescentes y jóvenes cuyos resultados venían a demostrar que los adolescentes, ellos y ellas, son cada vez más machistas y no menos. Todo el mundo puso el grito en el cielo y recordó la falta de políticas de igualdad. Pero aquí convendría recordar que hace dos años Amnistía Internacional publicó un informe en el que denunciaba que en los países nórdicos, con décadas de políticas y formación igualitarias,  se sigue produciendo mucha violencia machista; tanta o más que aquí.  La realidad es que en Suecia el machismo es tan peligroso y violento como aquí. Así pues, tenemos que asumir que décadas de un cuasi feminismo de estado no parecen haber cambiado sustancialmente eso que Connell llama “el orden de género”.


El problema es que el orden de género es un mecanismo de una complejidad que parece inabarcable. Como dijo una vez Celia Amorós con una metáfora muy afortunada, el patriarcado es como la cabeza de Medusa, con serpientes en lugar de cabellos; cortas una y crece otra aún más fuerte. Las feministas tenemos a veces la sensación de que mientras estamos combatiendo una serpiente (por ejemplo, la de la desigualdad legal) hay otra que está engordando (la del lenguaje, por ejemplo); mientras nos volvemos a la del lenguaje nos crece la dictadura de la imagen corporal y cuando le damos un golpe a ésta parece engordarse la de la violencia machista; cuando legislamos contra la violencia machista entonces ésta se enmascara tras la violencia simbólica de las representaciones…y así vamos acumulando agotamiento y frustración.


Las expertas en economía feminista hablan de la realidad económica patriarcal como un iceberg del que sobresale la parte del empleo remunerado y del que queda oculta toda la parte del trabajo doméstico y de cuidado. De la misma manera, podemos decir que la construcción de las relaciones entre mujeres y hombres es otro iceberg con una parte visible -las relaciones determinadas por el comportamiento diferencial de género, incluida la sexualidad y los afectos- y otra parte invisible, relacionada con la manera en que se construye esa sexualidad y ese comportamiento: la construcción de la subjetividad, lo simbólico; las complicadas conexiones que atan este universo simbólico inconsciente a la identidad y a las construcciones de género, y éstas a los cuerpos. Cualquier cambio que busquemos provocar en las relaciones entre los sexos, será apoyado por las leyes y los cambios sociales en la parte de arriba del iceberg, pero necesitará también un cambio en la parte sumergida: un cambio en la sexualidad, en esa enorme construcción simbólica que se instala en las emociones, en las fantasías, en los cuerpos, en los deseos y placeres. Sin tener en cuenta esta parte invisible del iceberg, no podemos modificar  en lo sustancial las relaciones de género.


En las encuestas parciales realizadas en institutos, a las que he tenido acceso, se preguntaba a lxs chicxs por el sexo, y sus opiniones son demoledoras. Lo que estas encuestas indican es que, mientras muchas cuestiones relativas al comportamiento superficial de género están cambiando o, al menos, se muestran inestables, en lo relativo a las cuestiones sexuales la igualdad está retrocediendo claramente y se está conformando como un núcleo duro de diferenciación sexual. Tengo la impresión, además, que es en este aspecto, en el terreno del sexo, dónde en este momento se está refugiando una subjetividad patriarcal “dura” que se encuentra acosada en muchos ámbitos; este es el terreno en donde los chicos se sienten “chicos de verdad” y donde crece el uso de la pornografía más machista y de la prostitución. Es posible que sea en el terreno sexual donde los chicos y los hombres de los países occidentales, marcados por las conquistas feministas en lo social busquen ahora extraer eso que Donna Haraway ha llamado “plusvalía de género”. Si la plusvalía de género se extrae ahora del sexo… entonces el feminismo tiene que volver a preguntarse: “¿Qué papel ocupa la sexualidad en la opresión de las mujeres?”. En este sentido comparto la opinión de Ruby Rich cuando afirma que “es imposible dar demasiada importancia a la sexualidad como problema para las mujeres”.


“Está el feminismo y está el follar”, es una frase que leí hace un tiempo en un artículo de la feminista Lynn Segal. En él criticaba que el feminismo mainstream se ha olvidado “del follar”, de con quién, cómo, por qué; de cuestionar los profundos significados simbólicos asociados al follar. Segal se hace la siguiente pregunta: ¿Cómo puede un movimiento que tuvo su fuerza inicial y su inspiración en el radicalismo sexual de los 60, tener hoy tan poco que decir acerca de la sexualidad?  Desgraciadamente así es; la  corriente principal del feminismo no tiene hoy una agenda cuestionadora del heterocentrismo o el coitocentrismo, ni ofrece alternativa alguna a las representaciones sexuales ominipresentes, casi únicas, que se nos ofrecen en la televisión, el cine, la publicidad, en la cultura hegemónica en definitiva. Hemos construido un discurso público de igualdad al mismo tiempo que seguimos atadas a imágenes o prácticas sexuales de desigualdad. Intentamos educar contra el amor romántico y la dependencia, pero no hacemos nada para aprender o desaprender de la construcción generizada del deseo y de las prácticas sexuales.


El feminismo heterocentrado parece haber renunciado a tener una agenda sexual que pueda poner en cuestión ese enorme edificio tanto de la sexualidad material, las prácticas, como de lo simbólico: deseos, fantasías, emociones…, lo inexpresado. Al feminismo mayoritario le cuesta enfrentarse a la madeja de las contradicciones que conviven en el sexo; las mil y una experiencias dolorosas y placenteras, de creación de conocimiento, de fuente de poder y despoder.  Aunque seguimos afirmando enfáticamente que lo privado es político, la  sexualidad sigue siendo tratada como un asunto privado, cuando sabemos –gracias al feminismo, precisamente- que no hay un asunto más público; que la sexualidad nos rodea, nos moldea, nos forma, nos da entidad, nos asusta, nos empodera, está en el centro de nuestra personalidad, es un mercado global, crea conocimiento, injusticias, desigualdades y también placeres y felicidad.


Para el feminismo mainstream sigue siendo difícil tratar el sexo públicamente de manera crítica y por eso le resulta  muy complicado cuestionar el heterosexismo y el coitocentrismo, porque hacerlo podría poner en peligro el lugar privilegiado que ocupa respecto de otros feminismos. Y sin embargo sin cuestionar la división sexual del sexo, es decir, sin analizar críticamente los discursos dominantes sobre la heterosexualidad y las prácticas sexuales en las que claramente se distribuye de manera desigual las posiciones de sujeto y objeto, de hombres y mujeres, va a ser muy complicado conseguir la igualdad sexual.


La heterosexualidad no puede ser libre hasta que seamos capaces de dejar de pensar en términos de opuestos que se atraen, dijo Mariana Valverde; y así es.  La manera en que la sexualidad heterosexual se funde con los estereotipos de la masculinidad y de la feminidad hasta convertirse realmente en la base de la subjetividad masculina y femenina, deberían hacer pensar que sin un trabajo en ese sentido las serpientes seguirán creciendo en la cabeza de la Medusa.  La pregunta es:  ¿Cómo se cambian deseos, prácticas, placeres? Sabemos que el género adquiere su significado a través de la imagen básica de la heterosexualidad: la heterosexualización del deseo requiere e instituye la producción de oposiciones asimétricas entre lo femenino y lo masculino. El resultado es que las identidades de género están necesitadas y son dependientes de la producción de la “sexualidad” como estable, binaria y opuesta.


Y también sabemos que en el centro de todo se encuentra el coito; que el significado de masculinidad y feminidad está atado al simbolismo cultural del acto sexual reproductivo, y que de ahí surgen los significados culturales de masculinidad y feminidad. Muchas teóricas feministas han llamado la atención sobre el relativo despoder que se produce para las mujeres en los encuentros sexuales con los hombres. No se trata de que las mujeres heterosexuales se conviertan en lesbianas, no se trata de negar el placer que pueda proporcionar cualquier práctica libremente escogida y compartida, incluido el coito, pero negar que éste lleva asociado imágenes simbólicas de poder, cuando toda la cultura desde el lenguaje a las construcciones subjetivas personales, desde las guerras a las violaciones, desde los gestos amenazadores a los chistes machistas, demuestran que esta práctica se ha utilizado y se sigue utilizando como arma de dominio, es negar una evidencia. Porque éramos conscientes de esto es por lo que el feminismo de la segunda ola intentó pensar las relaciones sexuales fuera del coito heterosexual, como forma de combatir el heterosexismo.


Hoy, por el contrario, en la sexualidad que aprenden los y las adolescentes, no hay más que penetraciones orales, anales o bucales que los chicos hacen a las chicas.  El sexo para los y las adolescentes se reduce a un falo omnipresente que penetra cualquier orificio femenino y esta escena se representa como lo único que ella desea. El pene es obviamente en todas las representaciones culturales y en las prácticas de la inmensa mayoría de lxs adolescentes un símbolo de potencia y poder, literalmente el agente de control sobre la mujer. Quizá no sea correcto hablar tanto de una sexualidad masculina como más bien de una ortodoxia masculina de la sexualidad  cuyo centro sería el coito.


Enfrentarse a todo esto es complicado porque hay pocas cosas en el mundo, especialmente hoy, que reciban tanto refuerzo por parte de todos los poderes como las normas sexuales hegemónicas;  pocas cosas hay que se pretendan hacer pasar por naturales con tanta fuerza como la heterosexualidad. A los cuerpos se les dan o se les niegan significados mediante instituciones y discursos que dan valor a eso que es visto como “masculino” y “heterosexual” y que degradan “femenino” y “homosexual”. En la cultura occidental, al menos, vivimos en mundos de subjetividad donde las dinámicas de género, atadas a los imperativos de la heterosexualidad (o a nuestra resistencia a ellos) prevén las bases de nuestro sentido del yo, constituyen la certeza de lo que somos.


Y frente a todo esto el feminismo mayoritario ha creado mucha teoría de la construcción del género e incluso del deseo en abstracto, pero se echa en falta una teoría del deseo en relación con el cuerpo, del cuerpo deseante y del cuerpo como objeto de deseo. Y aquí nos encontramos con uno de los problemas fundamentales, y es que lo que hace crecer el deseo raramente tiene que ver con los deseos de una consciencia feminista. Necesitamos una teoría feminista  heterosexual que se enfrente al sexo BDSM, que hable de lo extrañas, peligrosas y perversas que son las fantasías sexuales; de cómo manejarse con deseos “no feministas” sin culpabilizarse por ello pero sin renunciar tampoco al placer.


¿Tiene el deseo algo que ver con el género? ¿Y las prácticas sexuales? ¿Hasta qué punto los deseos nos sitúan en una posición social u otra, hasta qué punto las prácticas sexuales pueden cambiar o marcar una posición social? ¿Cómo les explicamos a los chicos que abandonarse, entregarse, perder el control, pueden ser actitudes sexuales masculinas? ¿Alguien ha visto un chico femme?  ¿Alguien ha visto a una chica hetero que sea butch? ¿Qué hacemos con las chicas que tienen fantasías de sumisión o violación, de sexo en grupo, de penetración femenina? ¿Y con los chicos que creen que esas fantasías de poder asociado al sexo son el paradigma de las relaciones con las chicas?


Hace falta una agenda sexual feminista no vinculada exclusivamente con el movimiento queer o LGTB, que sí la tiene. Es entendible que las teorías de dislocación del sexo y la norma heterosexual provengan mayoritariamente de personas LGTB porque estas personas ya estamos en una posición descentrada que nos permite una mirada diferente, que nos permite experimentar con mayor libertad; por el lugar que ocupamos estamos mejor preparadas para introducirnos en debates acerca de la naturaleza del deseo y las políticas del placer. Pero las feministas heterosexuales tienen que insistir, como en los 60 y 70, en criticar las opresivas oposiciones que atan identidad de género a sexualidad, vía heterosexualidad. Todas las feministas podían, y estratégicamente debían, participar en los intentos de subvertir los significados de “heterosexualidad”, entendiendo que no se trata de abolir dicha práctica sino sus significados de desigualdad.


¿Puede ser queer el feministmo heterosexual? Puede y debe. Ciertamente que no es esperable un levantamiento de los seres humanos contra sus propias identidades de género, pero el feminismo heterosexual debería volver a ser crítico con el binarismo sexual de género porque el deseo heterosexual, cualquiera sea su forma, tiene la capacidad de ser tan queer o amenazante para el orden de género como sus alternativas. La heterosexualidad tiene que tener también una agenda sexual radical, descentrada y perversa para “el orden de género”. Para ello debe retomar la crítica al heterosexismo con fuerza, hablar mucho más acerca de la  diversidad y fluidez del deseo heterosexual y de las experiencias corporales; hablar de deseo, de todos los deseos, de cómo gestionarlos, de cómo aceptarlos, de cómo gozarlos, de cómo enfrentarse a los deseos más perversos, independientemente del género y siempre en el respeto al otro, a la otra.


Se trata de queerizar los planteamientos tradicionales de género y sexualidad, se trata de poner las prácticas sexuales en el centro de algunos de los discursos. Se trata de asumir que hay muchas heterosexualidades y que las experiencias ý posiciones sexuales son más fluidas de lo que cualquier representación puede capturar al hacer normas.  Se trata de cortar una serpiente que aun está casi intocada en la cabeza de la Medusa.

1 de enero de 2014

Juguetes para futuras ingenieras...

Aquestes festes de Nadal, moment en què sempre aprofitem per fer una crítica a les velles i reiterades propostes sexistes que trobem en els missatges publicitaris, i en alguns tractaments informatius, trencarem un altre tòpic i celebrarem l’aparició de dues peces audiovisuals que passen per sobre de tot això i fan ben evident que el descrèdit del sexisme és també ampli, saludable i creatiu.

Text publicat a l'Observatori de les Dones en els Mitjans de Comunicació. Pots veure l'altra peça a la qual fa referéncia clikant al link de la web.