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24 de junio de 2014

El modelo de medicina occidental se esfuerza por buscar diferencias entre hombres y mujeres para encasillarnos, para que todo permanezca desigual, para que nada ni nadie pueda cambiar el status quo

Artículo de Nuria Gregory publicado en Píkara Magazine




Si la sociedad no acosara y discriminara a las personas que se comportan y viven en una expresión de género atípica, ¿realmente existiría un deseo tan fuerte de modificar quirúrgicamente genitales o pechos?



La iniciativa de DocumentosTV de emitir El sexo sentido es aplaudida por su compromiso social y por su sensibilidad para mostrarnos una realidad sobre la cual no era posible hablar públicamente hasta hace bien poco: la transexualidad. Pero mientras su perspectiva y compromiso es celebrado por una inmensa mayoría, una parte de nosotras y nosotros fruncimos el ceño cuando confirmamos un guión oculto —seguramente no intencionado—, una ideología y una moral escondidas entre bastidores. El malestar no se dirige hacia las personas y familias que han tenido la valentía de visibilizar sus experiencias, y mucho menos hacia las estrategias que éstas han desarrollado para vivir en una sociedad que se define por su sexismo, su misoginia, su homofobia, su transfobia, y en definitiva, por su rígida y desigual construcción binaria de género. El malestar apunta a la orientación del documental, al hilo conductor que sin darnos cuenta nos alecciona y dirige, mostrándonos soluciones únicas y sesgadas. Hay quien ha denunciado que el documental no es suficientemente representativo de las experiencias de personas transexuales, porque obvia a quienes no tienen una experiencia binaria de género. Aunque nos parece importante, aquí no trataremos esta polémica. Lo que queremos problematizar es que este documental, al igual que otros con el mismo formato, construye una historia tutelada por el punto de vista de «expertos» biomédicos que nos informan de causas y correcciones, en el cual las personas transexuales y sus familias aparecen como mero telón de fondo testimonial. Las vivencias quedan entretejidas por la mirada del experto, que es el que dictamina qué es y qué no es la transexualidad y cuáles son las soluciones posibles. El SABER, en mayúsculas, conduce las historias con una mirada única. Es la mirada del cirujano plástico, de los catedráticos de psicobiología, de los psiquiatras y de los endocrinos. «Los que saben» no son las personas que encarnan las experiencias, a pesar de que también poseen conocimientos suficientes para describir y analizar la realidad social que los discrimina. El discurso de la cirugía plástica aparece en cuatro ocasiones a lo largo del metraje para vendernos su producto, que no es otro que el de la modificación corporal disfrazada de evidencias científicas.


Y es que actualmente no hay otra verdad que la de las ciencias experimentales, la neurociencia, la psiconeuroendocrinología o la psicobiología, que buscan el origen de la identidad sexual en escáneres y resonancias magnéticas. Ya no nos resulta creíble ninguna evidencia científica que no aparezca con un plano de fondo donde se muestran imágenes radiológicas (así es como aparece el catedrático de psicobiología, Antonio Guillamón). Todo está perfectamente colocado y milimetrado para enseñarnos a quién hay que creer y quién tiene la verdad. El cirujano plástico Iván Mañero inaugura el documental dirigiendo la mirada del espectador: «Hoy la neurociencia nos está enseñando que ya nacemos con un cerebro masculino o femenino y que por mucha cultura, mucha cirugía y mucha presión que sometas jamás cambiarás su orientación». A continuación Guillamón, lo corrobora: «Lo mismo que el organismo y todo nuestro cuerpo se desarrolla en una dirección hacia hombre o hacia mujer, lo mismo sucede con nuestro cerebro. Y eso es lo que estamos nosotros estudiando en transexuales». Hoy vivimos en una sociedad en la que son los cirujanos quienes hacen diagnósticos sociales. Y su diagnóstico asegura una estructura dimórfica del cerebro y de su desarrollo neuronal según el cual, genes, enzimas y hormonas aparecen como responsables de la diferenciación sexual. En mucha de la inmensa literatura que se ha preocupado por el tema —entre ella un gran número de textos de divulgación científica— se desvela el lugar del cerebro o el gen que regula los diferentes comportamientos, deseos o expectativas en hombres y en mujeres, mostrando, por ejemplo, genes responsables de la homosexualidad o estructuras específicas en el cerebro de personas transexuales. El modelo de medicina occidental se esfuerza por buscar diferencias entre hombres y mujeres para encasillarnos, para que todo permanezca desigual, para que nada ni nadie pueda cambiar el status quo. Los nuevos protagonistas del género se llaman hipotálamo, septum, Bed Nucleus of Stria Terminali (BSTc), amigdala del cerebro, molécula ER-beta, gen receptor de andrógenos o una enzima conoscida como cytochrome P17. Muchos hemos oído hablar de ellos pero únicamente los expertos elegidos para descifrar los entresijos de nuestro «sexo código» (Machado, 2008) pueden interpretarlos. ¿Cómo podríamos atrevernos a cuestionar estas verdades de las cuales no conocemos su lenguaje?


Afortunadamente no toda la comunidad científica comparte los mismos presupuestos. Existe un sector de científicos, mucho menos mediático y con titulares menos sensacionalistas, que se ha preocupado por escrutar la propia construcción del conocimiento científico y sus metodologías. Es decir, ha analizado las presunciones culturales e ideológicas en las que descansa la «cientificidad» de la biomedicina y en definitiva, sus lecturas sobre la biología. Al hacerlo lo que han descubierto es que las ideas preconcebidas acerca de sexos y géneros condicionan los productos y procesos de las biotecnologías, y éstas, a su vez, contribuyen a modelar y reforzar los cuerpos y sus significados sociales y de género (De Lauretis, 1989; Laqueur, 1994; Haraway 1995; Lewontin, 1996; Hausman, 1998; Barral, 1999; Butler, 2002, 2006; Pérez y Ortega, 2014; Tiefer, 2006; Fausto- Sterling, 2006; Vázquez y Cleminson, 2011, etc.). Como dirá Cordelia Fine (2011), ni las mujeres son de Venus ni los hombres de Marte. Solo nuestras mentes, la sociedad y el nuevo «neuroseximo» crean la diferencia. Las teorías de Mañero solo se pueden leer desde un contexto capitalista de progresiva medicalización de los problemas sociales, en la cual la única solución posible al estigma o discriminación que sufren muchas personas pasa por la mano del bisturí. El documental también se presenta —de forma nada casual— en un momento histórico de progresiva medicalización de la vida y de la infancia —sin ir más lejos sirvan como ejemplo los tratamientos en el trastorno del déficit de atención e hiperactividad en niños—, en el cual se busca legalizar determinados fármacos como los inhibidores de la pubertad en la infancia o las cirugías tempranas.


El mensaje del audiovisual coloca la esperanza en fármacos y en cirugías cada vez más perfectas. Nos los presenta como fármacos inofensivos, como tratamientos reversibles si la persona cambia de parecer (¿es esto cierto, si sabemos que los tratamientos hormonales en personas transexuales producen esterilidad?). Sin embargo, el documental no problematiza que las personas transexuales tengan que arrastrar un diagnóstico psiquiátrico para poder vivir la identidad que sienten, y tampoco se cuestiona los test de género absolutamente sexistas a los que se les somete en las UTIG para conseguir su objetivo. La evaluación psicológica de la verdadera identidad en los test o Prueba de la Vida Real que muchas personas con identidades trans se ven obligadas a superar para ser beneficiarios de tecnologías médicas de transformación corporal, además de plantearse en términos absolutamente binarios, parte de un modelo de expresiones de género obsoleto y desfasado que no refleja las vivencias de género de nuestra sociedad (Missé y Coll-Planas, 2011). Verse obligados a decir que les gusta el fútbol para que se les legitime como hombres o que les gusta pintarse las uñas para que se les legitime como mujeres, es discriminatorio frente a quienes no hemos tenido que justificar nuestra identidad.


Es el momento de asumir que no todas las respuestas las tienen las ciencias experimentales, por mucho que avancen sus tecnologías diagnósticas y de tratamiento— resonancias magnéticas, cirugías, ingeniería de tejidos, etc.—. Un reconocido activista intersexual español, suele responder a estos dilemas con esta frase: “Las sociedades necesitan filosofías, pero las personas necesitamos soluciones”. Bien. Busquemos soluciones que garanticen una asistencia médica y quirúrgica gratuita y de calidad a quienes lo requieran, porque obviamente no es un capricho. Pero no olvidemos el tipo de sociedad que estamos construyendo mientras cortamos o diseñamos «cuerpos a la carta» en el quirófano (Davis, 2007): una sociedad intolerante con la diferencia, con las diferentes expresiones de género y también con los signos raciales o de la edad. Si la sociedad no acosara y discriminara a las personas que se comportan y viven en una expresión de género atípica, ¿realmente existiría un deseo tan fuerte de modificar quirúrgicamente genitales o pechos? Las sociedades no son muros de hormigón. También las componen esas personas que necesitan soluciones. Y las filosofías, las ciencias sociales, y en general el pensarnos en sociedad, es lo que nos va a llevar a esas soluciones definitivas, esas que a largo plazo construirán una sociedad más posible y más vivible para todas y todos.

Referencias:
  • Barral, Magallón, Miqueo, Sánchez (eds.), Interacciones ciencia y género, Barcelona Ed.: Icaria, pp. 129-
  • 159.
  • Butler, Judith (2002) Cuerpos que importan: Sobre los límites materiales y discursivos del “sexo”. Paidós,Barcelona.
  • Butler, Judith (200
  • Barral, Mª José y Delgado, I. (1999): “Dimorfismos sexuales del cerebro: una revisión crítica”, en
  • 6) Deshacer el género. Paidós, Barcelona.
  • Davis, Kathy (2007) El cuerpo a la carta. Estudios culturales sobre cirugía cosmética, La Cifra Editorial,
  • México D.F.
  • De Lauretis, T. (1989). Technologies of gender: Essays on theory, film, and fiction. London: MacMillan.
  • Fausto-Sterling, Anne (2006) [2000]: Cuerpos sexuados. La política de género y la construcción de la
  • sexualidad, Barcelona: Melusina.
  • Fine, Cordelia (2011) Cuestión de sexos. Roca, Barcelona.
  • Haraway, Donna (1995) [1991] Ciencia, cyborg y mujeres. La reinvención de la naturaleza, Cátedra, Madrid.
  • Haussman, B. (1998) “En busca de la subjetividad: transexualidad, medicina y tecnologías de género”, en Nieto, J. A. (comp.) Transexualidad, transgenerismo y cultura. Antropología, identidad y género.
  • Pérez Sedeño, E.; Ortega, E. (Ed.) (2014) Cartografías del cuerpo: Biopolíticas de la ciencia y la tecnología. Cátedra, Madrid
  • Laqueur, T. (1994). La construcción del sexo. Cuerpo y género desde los Griegos hasta Freud. Madrid: Cátedra (Feminismos).
  • Lewontin, R. C.; Rose, S.; Kamin, L.J. (1996)[1984]: No está en los genes. Crítica del racismo biológico, Barcelona: Crítica (Grijalbo Mondadori).
  • Machado, Paula S. (2008): “Intersexualidade e o “Consenso de Chicago” as vicissitudes da nomenclatura e suas implicações regulatórias”, Revista Brasileña de Ciencias Sociales, 4, São Paulo.
  • Missé, Miquel; Coll-Planas, Gerard (2010) El género desordenado. Críticas en torno a la patologización de la transexualidad. Barcelona, Egales.
  • Tiefer, Leonor (2006) El sexo no es un acto natural. Ed Talasa. Madrid.
  • Vázquez, F. ; Cleminson, R. (2011). Los hermafroditas. Medicina e identidad sexual en España (1850-1960). Granada: Comares.

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