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31 de enero de 2016

We should all be feminists: Chimamanda Ngozi Adichie


Chimamanda Ngozi Adichie es una novelista nigeriana descendiente de la étnia igbo, natural del sudeste de Nigeria, una zona denominada Igboland, de cultura y lengua igbo,  y que incluye la zona situada en las dos riberas del bajo río Níger, en el delta, además de otras tierras al este del mismo. 

Chimamanda pasó su infancia en la ciudad de Nsukka, sede de la Universitat de Nigèria, donde trabajaban sus padres. A los 19 años se traslada a Estados Unidos donde estudia Comunicación y Ciencias Políticas. En 2003, publica su primera novela. 


Okoloma era uno de mis mejores amigos de infancia. Vivía en mi calle y me cuidaba como si fuera mi hermano mayor: si a mí me gustaba un chico, yo le pedía opinión a Okoloma. Okoloma era gracioso e inteligente y llevaba botas de vaquero con las punteras picudas. En diciembre de 2005, Okoloma murió en un accidente de aviación en el sur de Nigeria. Todavía me cuesta expresar cómo me sentí. Okoloma era una persona con la que yo podía discutir, reírme y hablar de verdad. También fue la primera persona que me llamó «feminista».
Yo tenía unos catorce años. Estábamos en su casa, discutiendo, los dos atiborrados del conocimiento a medio digerir de los libros que habíamos leído. No me acuerdo de qué estábamos debatiendo en concreto. Pero me acuerdo de que, en medio de toda mi diatriba, Okoloma me miró y me dijo:
—¿Sabes que eres una feminista?
No era un cumplido. Me di cuenta por el tono en que lo dijo, el mismo tono con que alguien te podía decir: «Tú apoyas el terrorismo».
Yo no sabía qué quería decir exactamente aquello de «feminista». Pero no quería que Okoloma se diera cuenta de que no lo sabía. Así que lo pasé por alto y seguí discutiendo. Lo primero que pensaba hacer nada más llegar a casa era buscar la palabra en el diccionario.
Ahora demos un salto de varios años.
En 2003 escribí una novela titulada La flor púrpura, sobre un hombre que, entre otras cosas, pega a su mujer, y cuya historia no termina demasiado bien. Mientras estaba promocionando la novela en Nigeria, un periodista, un hombre amable y bienintencionado, me dijo que quería darme un consejo. (Los nigerianos, como quizá sepan, siempre están dispuestos a dar consejos no solicitados.)
Me comentó entonces que la gente decía que mi novela era feminista, y que el consejo que me daba —y me lo dijo negando tristemente con la cabeza— era que no me presentara nunca como feminista, porque las feministas son mujeres infelices porque no pueden encontrar marido.
Así que decidí presentarme como «feminista feliz».
Por aquella época una académica, una mujer nigeriana, me dijo que el feminismo no era nuestra cultura, que el feminismo era antiafricano, y que yo solo me consideraba feminista porque estaba influida por los libros occidentales. (Lo cual me pareció divertido porque gran parte de mis lecturas de juventud eran decididamente antifeministas: antes de los dieciséis años debí de leer todas las novelas románticas de Mills & Boon que se habían publicado...

Fragmento del libro "We should all be feminists", que incluyes las manifestaciones expresadas en este vídeo.



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