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29 de diciembre de 2012

Les Revolucions Àrabs s'obliden de les dones

Hoda Badran, presidenta de Alliance for Arab Women, exposa en aquest article els retrocessos socials que estan patint les dones dels països immersos en el que s’ha anomenat Primavera Àrab. Després d’haver participat activament en les revolucions dels seus països, les seves condicions de vida es retrotrauen a escenaris socials més precaris, encara, que abans d’aquestes “revolucions”. Patriarcat i militarisme continuen estretament units, especialment en països com Egipte, i necessiten de la submissió de les dones als seus designis per poder sobreviure com a força dominant.   




EL RETROCESO DE LA PRIMAVERA ÀRABE PARA LAS MUJERES

EL CAIRO - Este verano, cuando el polvo de las revoluciones de la Primavera Árabe comienza a asentarse, las mujeres –que lucharon codo a codo con los hombres contra la tiranía– se están viendo marginadas y excluidas de la toma de decisiones. A pesar de las nuevas libertades defendidas por los revolucionarios, se las sigue viendo como subordinadas a los hombres.

En Túnez, una masiva protesta llamó a todas las mujeres a usar velo; las profesoras de religión que no lo llevaban sufrieron acosos y persecuciones. La turba gritaba a las manifestantes tunecinas que volvieran a la cocina, “el lugar al que pertenecen”. También en Egipto han ganado impulso las fuerzas conservadoras, exigiendo políticas –en particular reformas a la legislación sobre la familia– que representarían un gran retroceso para las mujeres.

Perspectivas sombrías.
Enojadas y alarmadas por estos acontecimientos, las mujeres árabes se han visto obligadas a defender sus derechos. En abril de 2011 lograron que se promulgara una ley de paridad electoral, gracias a la que ganaron 49 de los 217 escaños parlamentarios en las elecciones de octubre pasado. Sin embargo, en Egipto sus perspectivas parecen más sombrías, porque no pudieron mantener el sistema de cuotas previo a revolución, que les había dado 64 escaños parlamentarios.

Ese sistema fue sustituido por una nueva ley electoral que obliga a los partidos políticos a incluir al menos una mujer en sus listas de candidatos. Pero casi todos los partidos incluyeron a sus candidatas al final de las listas; como consecuencia, apenas nueve mujeres resultaron electas. El Consejo Superior de las Fuerzas Armadas (SCFA), la junta de Gobierno, nombró a dos mujeres más, con lo que la proporción de mujeres parlamentarias llegó a alrededor del 2%.

Los grupos islamistas alcanzaron la mayoría en los parlamentos de Túnez y Egipto. En Túnez se acaba de presentar un proyecto de ley que refleja una interpretación restrictiva de la sharia (ley islámica), en especial sobre la condición de las mujeres. Y parece haber una clara intención en muchos países árabes de permitir la poligamia sin restricciones, incluso aquellos donde estaba prohibida antes de la Primavera Árabe.

En Egipto, las cosas son más complicadas. El SCFA, temeroso de un golpe de estado islamista antes de las elecciones presidenciales, disolvió el Parlamento en junio, tras una decisión judicial que ellos (y el tribunal) insisten que se debe obedecer. Pero el nuevo presidente, Mohamed Morsi de los Hermanos Musulmanes, ha vuelto a convocarlo.

Con anterioridad, el comité legislativo del Parlamento recibió una propuesta de reducción de la edad legal de las niñas para casarse de 18 a 12 años. No hace falta decir que esto limitaría seriamente su acceso a la educación, por no hablar de otras consecuencias perjudiciales.

Igualdad en la lucha.
Una potente característica de la revolución egipcia fue la igualdad entre los diferentes actores que le dieron inicio. Nadie intentó hacerse con el liderazgo. La lucha por el poder enfrentó a las fuerzas del régimen de Hosni Mubarak con el pueblo, incluidas las mujeres, que exigía libertad, dignidad y justicia social en las calles y plazas.

Pero hoy las cosas son muy diferentes. La oposición, que antes había enfrentado unida al régimen de Mubarak, se ha fragmentado: cada facción defiende sus propios intereses y promueve su propia versión de los objetivos de la revolución. Los dos actores más importantes (el ejército, representado por el SCFA, y los islamistas, que incluyen a los Hermanos Musulmanes y los salafistas) están rodeados de partidos políticos menores, coaliciones de jóvenes y otros grupos.

Desafortunadamente, la posición política de las mujeres es débil. Se ha reestructurado el Consejo Nacional de la Mujer, hay una nueva Unión Feminista Egipcia, y ha surgido una serie de coaliciones formadas por las ONG feministas. Pero se encuentran lejos de estar lo suficientemente organizadas como para colaborar con eficacia.

Alternativas.
Hoy parece haber dos posibles alternativas para la situación futura de las mujeres en Egipto, ninguna de ellas muy esperanzadora. En la primera, el SCFA –que, además de disolver el Parlamento, despojó a la presidencia de la mayoría de sus poderes para debilitar a sus rivales– sigue gobernando el país bajo el sistema militar iniciado en 1952, cuando Mohamed Naguib y luego Gamel Abdel Nasser se hicieron con el poder .

El militarismo y el patriarcado están inextricablemente vinculados, y ambos ven la masculinidad como lo contrario de la femineidad. Si los soldados (y, por extensión, todos los hombres “de verdad”) son fuertes y decididos, se supone entonces que las mujeres deben ser la antítesis de esos atributos: pasivas, obedientes y necesitadas de protección como “buenas” esposas, hermanas y madres.

La segunda posibilidad es un régimen islamista: Morsi negocia con el SCFA la transición a un gobierno civil, los islamistas siguen manteniendo el predominio en un parlamento restablecido y la nueva constitución crea un estado teocrático. La mayoría de los islamistas egipcios, en particular los que regresaron del exilio en Arabia Saudita, adhieren a la secta wahabí, con sus severas restricciones a las mujeres, lo que implica condiciones mucho peores que las que había antes de la revolución.

Entre otras cosas, la nueva ley haría de la poligamia la regla, no la excepción, y privaría a las mujeres de igualdad de derechos frente al divorcio. Los islamistas también podrían imponer el velo, y más tarde el niqab. Las activistas mujeres se verían obligadas a emprender ingentes esfuerzos para impedir que se cierna sobre el país semejante manto de injusticia.
Lamentablemente, ni el SCAF ni Morsi propugnan el tipo de régimen liberal que daría a las mujeres la oportunidad de asumir los roles de liderazgo que tradicionalmente se les han negado. El único rayo de esperanza que queda para la igualdad y la dignidad de la mujer en Egipto es que todos quienes buscan un régimen de este tipo se unan y vuelvan a intentar hacer realidad la promesa democrática de la revolución egipcia. 

Hoda Badran
es presidenta de la Unión Feminista Egipcia.


Article llegit a LA NACIÓN 

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