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23 de abril de 2014

Los espigadores y la espigadora

Artículo de Sonia Herrera y Suso López publicado en la Revista Pueblos 


Agnès Varda recogió en "Los espigadores y la espigadora" ("Les glaneurs et la glaneuse", 2000) la labor de decenas de personas que dedicaban su vida a recolectar entre la basura de las ciudades francesas. Han pasado 14 años desde que la directora gala rodara este documental y los testimonios e imágenes que conforman su relato se han convertido en estampas frecuentes en las calles y barrios de buena parte de las ciudades del Estado español. Son un fiel retrato de la globalización de la pobreza. El trabajo de Agnès Varda evidencia la capacidad del cine documental como herramienta de denuncia, en este caso de la exclusión social.


Agnès Varda (Bruselas, 1928) es una directora de cine conocida como una de las precursoras de la nouvelle vague. Desde que a principios de los años 50 firmara su primer trabajo, La Pointe-Courte, hasta nuestros días, su nombre como realizadora se encuentra detrás de más de medio centenar de títulos que combinan el cortometraje con el largometraje y la realidad con la ficción, pero siempre con un denominador común: la denuncia social. Ahora, con 84 años, abre, según señalaba en una entrevista al diario El País, una “tercera vida profesional” que dedica a la edición de vídeos y al trabajo de recuperación y restauración de películas propias y de las elaboradas por su marido, el también director Jacques Demy, integrante como ella de la nouvelle vague y fallecido en 1990.
 
El compromiso feminista de Agnès Varda está presente tanto en su obra como en su vida. “Yo soy feminista, lo fui y siempre lo seré”, reconocía en esa misma entrevista en el verano de 2012. Su oposición al patriarcado y su apuesta personal por la transformación social ya era evidente en 1977[1]: “Siempre me ha parecido que lo que tenían los hombres no era demasiado interesante, la guerra los muertos, los heridos (yo he vivido la guerra), la agresividad en el trabajo, en ganar dinero, el mandar… Nunca me ha interesado”. “Si las mujeres tenemos suficiente fuerza, y la tenemos, para cambiar las cosas”, añadía, “no es para ocupar la plaza de los hombres sistemáticamente; ser mujer es, entre otras cosas rechazar este circo que los hombres han montado como sociedad”.

En el año 2000 ve la luz Los espigadores y la espigadora, un trabajo en el que Varda parte de la experiencia de las antiguas espigadoras que repasaban los campos franceses con el objetivo de recoger los granos que quedaban tras la recolección de la cosecha para acercarse a la figura de los nuevos espigadores y espigadoras: los que rebuscan entre la basura o en los propios campos para encontrar todo aquello que otros desechan, ya sean alimentos, juguetes, relojes o televisores. Entre los nuevos espigadores y espigadoras hay quien lo hace por necesidad y para poder comer y quien busca con estas acciones luchar contra el consumismo feroz.

Tal como afirma Jean Breschand[2], “la realidad es inseparable de las meditaciones a través de las cuales la aprehendemos. Por eso puede decirse que las películas no revelan tanto la realidad como una forma de mirarla, de comprenderla”. Y en el caso de Agnès Varda, esta forma de mirar nos invita a pasear desde el cuadro de Las Espigadoras de Jean-François Millet al contexto socioeconómico y político europeo de principios del siglo XXI tanto en el mundo rural como en el urbano, sin abandonar en ningún momento la crítica sobre la realidad mostrada.

A través de este viaje, del relato metareflexivo en el que nos sumerge, Agnès Varda retrata la cotidianidad y revisa el modo en el que se nos transmite la pobreza (con más lagunas y estereotipos que realidades) y ésta se inserta en nuestro imaginario, describiendo de forma muy personal el contexto que rodea a la exclusión social y situando a la mujer en el centro de la historia a pesar de que ésta no hable solamente de mujeres. Así, tal como expresa Aida Vallejo[3], la directora pone el énfasis de la narrativa en “la mujer que mira, la mujer que narra, la mujer que vemos y la mujer que muestra”.

Varda, a través de su propia presencia participante ante la cámara (como si de un proyecto etnográfico se tratara) y de una cuidada puesta en escena, visibiliza una realidad a la que a menudo cerramos los ojos, situando el compromiso y la denuncia en el centro del relato. De ese modo la directora da testimonio y nos ayuda a comprender la condición humana en la precariedad, en esa precariedad donde nos coloca un modelo económico y político cruel que arrincona los derechos sociales y enaltece la especulación, la corrupción, la producción exacerbada, el malbaratamiento de alimentos o el fraude fiscal, entre otras prácticas “poco” éticas, humanas y sostenibles. Según explica Vallejo: “En Los espigadores y la espigadora Agnès Varda ofrece esa perspectiva que subvierte la construcción de una mirada exclusivamente masculina, tanto en la construcción del sujeto que guía la acción como del objeto que aspira a conseguir. En primer lugar, su relato está narrado por una mujer. Ella misma encarna a la heroína de la historia, lo cual lleva a activar los procesos de identificación del espectador/a y a compartir sus deseos y sus metas”.

Los espigadores y la espigadora desenmascara a la vez dos grandes ilusiones que han eclipsado el espíritu crítico de la sociedad durante mucho tiempo: el cine como medio alienante y de puro entretenimiento y el Estado del bienestar, que realmente en muchos países occidentales se tradujo en Estado de consumo y “darwinismo social”. Así, el documental de Varda se convierte en una herramienta ética de visibilización, de lectura crítica y de denuncia. ¿Pero qué tiene que ver la realidad francesa del año 2000 que retrata Agnès Varda con la situación que se vive actualmente en el Estado español? ¿Podemos encontrar espigadores y espigadoras en nuestras calles?

Las cifras de la crisis

Una de las consecuencias más evidentes de la crisis económica que afecta al mundo capitalista desde 2008 es la globalización de la pobreza y la exclusión social. Sea cual sea el país del que hablemos hay una serie de dinámicas comunes que tienden a perpetuarse. Óscar Mateos, en su artículo “La hegemonía cultural (a propósito de Margaret Thatcher)”, recoge dos aspectos muy ligados a la problemática que aborda Agnès Varda en Los espigadores y la espigadora y que son el objeto de análisis de este artículo: “aumento espectacular y cronificación de la pobreza y de la exclusión social e incremento de las desigualdades sociales (disparando la brecha entre las rentas más altas y las más bajas)”.

Las cifras que presentan diferentes informes y estudios avalan lo delicado de la situación y demuestran cómo las políticas de austeridad letal (esas que llegan siempre, como señala Josep Ramoneda[4], “después de periodos en que, desde los mismos lugares en que ahora se apela al rigor y a la virtud, se ha estado invitando al consumo sin límites”) nos dirigen hacia un escenario en el que la vulnerabilidad ciudadana crece, el empobrecimiento de la población se dispara y la pérdida de derechos básicos de la ciudadanía es cada vez más evidente. El VIII Informe del Observatorio de la Realidad Social de Cáritas describe el momento que estamos viviendo como “la consolidación de una nueva estructura social donde crece la espiral de la escasez y el espacio de la vulnerabilidad”.
 
El análisis cuantitativo de la situación en el conjunto del Estado español refuerza esta idea. Según datos de la Encuesta de Condiciones de Vida (ECV) y de la Encuesta de Población Activa (EPA), ambas del Instituto Nacional de Estadística (INE), la tasa de pobreza en el Estado español pasó del 19,7 por ciento de los hogares en 2007 al 21,1 por ciento en 2012, lo que equivale a un crecimiento del número de personas pobres que va desde los 8,9 millones de 2007 a los 10,5 millones de 2011.

El desempleo en España se situó en octubre de 2013 en el 26,7 por ciento, según datos de Eurostat (12,1 por ciento es el dato medio de la zona euro). La tasa de paro juvenil fue del 57,4 por ciento, lo que significa que 972.000 jóvenes de entre 16 y 29 años se encuentran sin empleo. Estos datos se agravan al comprobar que el paro de larga duración, personas que llevan más de dos años en situación de desempleo, se agrava y afecta en mayor medida a las personas mayores de 50 años y a la juventud.

El informe de Cáritas también hace hincapié en el elevado número de personas que se encuentran en situación de pobreza severa. Los datos de 2012 duplican a los registrados en 2007. En estos cinco años la cifra pasó del 3,5 por ciento de la población al 6,4 actual, lo que en números absolutos significa alrededor de tres millones de personas.

A pesar de que no existen datos cuantitativos que determinen el número de personas que cada noche buscan comida entre los restos de la basura en el Estado español, sí es una imagen de la que los medios de comunicación, tanto estatales como internacionales, se han hecho eco de manera frecuente en los últimos tiempos. Así, en diciembre de 2010 el diario La Vanguardia titulaba “La crisis eleva el número de personas que buscan comida en los contenedores”. En la misma línea, el diario Público, en agosto de 2012, motraba el testimonio de varias personas que esperaban al cierre de los supermercados para recoger alimentos en un reportaje titulado “Tengo que buscar en la basura para llegar a fin de mes”. También el New York Times se hacía eco de esta situación en un reportaje sobre el problema del hambre en España bajo el título “Spain Recoils as Its Hungry Forage Trash Bins for a Next Meal”, publicado en septiembre de 2012.

Esta situación contrasta con la cantidad de comida que cada año acaba en la basura. Según datos del Ministerio de Agricultura y Alimentación son más de 7,7 millones de toneladas de comida las que cada año se tiran en los contenedores españoles. En el conjunto de Europa, según recoge un informe de la Comisión Europea, las pérdidas o desperdicios de alimentos alcanzan los 89 millones de toneladas al año. Es decir, entre un 30 y un 50 por ciento de alimentos sanos y comestibles se convierten en residuos. Mientras esto sucede, los bancos de alimentos no dan abasto y cada vez son más las personas que en nuestra sociedad, como en el documental de Varda, se ven obligadas a espigar y rebuscar entre lo que otros desechan para poder comer.

Ellas, las espigadoras: mujeres y exclusión social

Al igual que Varda o incluso Millet, en este artículo también se ha buscado poner el acento en esas mujeres mostradas, en las “espigadoras” o, como escribió Pedro Guerra en una de las letras de su álbum Hijas de Eva, en ellas, “las más pobres entre los pobres”. Porque, ¿cómo ha afectado la crisis a la acentuación de la feminización de la pobreza en España?

Lo explicaba excepcionalmente Kirsten Lattrich en su artículo[5] “El trabajo de las mujeres y la crisis económica. La respuesta feminista”: “En los países europeos afectados por la crisis son las mujeres las que se están llevando la peor parte. El desempleo femenino está creciendo de manera imparable, mientras las condiciones laborales de las que sí tienen un puesto de trabajo se están precarizando cada vez más. En España, la reforma laboral está surtiendo efecto, desprotegiendo aún más a las que ya de por sí partían de posiciones más desfavorecidas. Y es que las políticas neoliberales de recortes no son neutras en términos de género”.

Según el informe de Cáritas citado anteriormente, “las mujeres siguen siendo el rostro más visible de las situaciones de pobreza y exclusión”. Así se desprende de los datos del Eurostat, que sitúan la tasa de pobreza de los hogares monomarentales (el 90 por ciento de los hogares formados por un adulto y menores a su cargo están sostenidos por mujeres) en el Estado español en 38,9 puntos en el año 2011.
En la misma línea, el segundo informe elaborado por la federación de Entidades Catalanas de Acción Social (ECAS), Desigualtats i pobresa en un entorn de crisi, sitúa la tasa de riesgo de pobreza de las mujeres en Cataluña en el 20,3 por ciento (18 por ciento en el caso de los varones), tasa que se eleva hasta el 28,6 en el caso de las menores de 16 años. Los datos para el cómputo del Estado español no son más halagüeños, ya que la tasa de riesgo de pobreza femenina se coloca en el 22,4 por ciento (21,1 para los varones). En cambio, en el conjunto de la Zona Euro la cifra desciende hasta los 17,6 puntos. Por otro lado, las mujeres de más de 65 años son el sector de población con más privaciones materiales, seguidas por el resto de mujeres de otros grupos de edad.

Si bien sabemos que el aumento global de estos datos se debe a la fuerte crisis económica que nos afecta desde 2008, ¿a qué se deben específicamente las diferencias entre las tasas de pobreza femenina y la masculina? ¿Por qué la pobreza afecta de forma diferente a hombres y mujeres? ¿Qué factores relacionados con el género inciden en la probabilidad de ser pobre?

La respuesta no está exenta de complejidad, ya que no existe una sola causa. La feminización de la pobreza está relacionada con una amalgama de factores y discriminaciones de género que tienen que ver, por ejemplo, con la invisibilidad del trabajo doméstico no remunerado, la discriminación laboral y salarial de las mujeres, la división sexual del trabajo, la dificultad de acceso a los recursos materiales y sociales (capacitación, educación, trabajo remunerado, etc.) y la desigualdad en el acceso a los mismos respecto a los varones, su exclusión de la toma de decisiones políticas y económicas… Y la lista continúa. La falta de autonomía económica o la violencia machista son dos factores más que afectan al riesgo de sufrir pobreza. Tanto la carencia de ingresos propios como el aislamiento y la dificultad para acceder al mercado de trabajo que experimentan muchas mujeres víctimas de violencia de género repercuten directamente sobre la probabilidad de ser pobre.

Nuevos significados, posibilidades de transformación

Sin lugar a dudas, Agnès Varda es una de las directoras que mejor ha sabido recolectar y espigar con su cámara todas aquellas realidades que para la mayoría pasan inadvertidas, dirigiendo la mirada hacia contextos ante los que habitualmente se sigue mirando hacia otro lado y construyendo nuevos significados desde la propia subjetividad.

Pero ella, que ha incluido la denuncia y la crítica en la mayor parte de sus trabajos, sabe mejor que nadie que el cine documental no es una mera recolección de imágenes y circunstancias, sino que puede colaborar activamente en la búsqueda de posibilidades de transformación y en la visibilización de la injusticia social en todas sus variantes, dando voz a aquellos (y especialmente a aquellas) que sistemáticamente han sido apartados del relato y de la historia. Han pasado más de diez años desde que se rodó Los espigadores y la espigadora y su vigencia, a pesar del tiempo transcurrido y de las diferencias existentes (o más bien, las similitudes latentes) entre Francia y España, resulta abrumadora e incluso angustiante.

La crisis, la vulnerabilidad, las mal llamadas “políticas de austeridad” y la precarización nos están golpeando con fuerza. A las mujeres con especial rigor. Sin embargo, a menudo, nadie pone el foco en ellas ni se demandan datos segregados ni se discute la responsabilidad de los medios en el mantenimiento del statu quo. Hace poco la periodista y escritora Olga Rodríguez[6] se preguntaba lo siguiente en un artículo: “Y entonces…, ¿para qué nos habíamos hecho periodistas?”. Nosotros, a la luz del trabajo de Agnès Varda como ejemplo de buena práctica cinematográfica, nos preguntamos: Y entonces…, ¿para qué se hicieron cineastas?
¿Puede el cine documental ser pura neutralidad y asepsia ante la pobreza, la discriminación y la injustica? ¿O podemos (y debemos) exigirle una responsabilidad respecto a la realidad que refleja? Dar respuesta a esa pregunta quizás sea harina de otro costal, pero tal y como afirmaba Nichols[7], la reflexividad “no tiene por qué ser puramente formal; también puede ser acusadamente política”.

Sonia Herrera Sánchez (sonia.herrera.s@gmail.com) es comunicadora audiovisual y especialista en educomunicación, periodismo y conflictos armados y género. Suso López (susolpz@gmail.com) es comunicador audiovisual y especialista en gestión de la comunicación política.
Publicado en el nº 60 de Pueblos – Revista de Información y Debate, primer trimestre de 2014.

NOTAS:
    1. Entrevista de Esther Ferrer a Agnes Varda en El País, 23 de abril de 1977: “Agnes Varda y la fuerza vital femenina”. Disponible en www.elpais.com.
    2. Breschand, Jean (2004): El documental: la otra cara del cine, Paidós.
    3. Vallejo Vallejo, Aida (2010): “Género, autorrepresentación y Cine documental. Les glaneurs et la glaneuse de Agnès Varda”, en Quaderns de Cine, nº10.
    4. Ramoneda, Josep (2013): “Breve historia de la austeridad. Una reforma política podría revivir la idea de futuro y dar impulso psicológico a la sociedad”, en El País, 24 de abril de 2013. Disponible en www.elpais.com.
    5. Lattrich, Kirsten (2013): “El trabajo de las mujeres y la crisis económica. La respuesta feminista”, en Pueblos – Revista de Información y Debate, nº55.
    6. Rodríguez, Olga (2013): “Y entonces…, ¿para qué nos habíamos hecho periodistas?”, en www.eldiario.es (12/11/2013)
    7. Nichols, Bill (1997): La representación de la realidad: cuestiones y conceptos sobre el documental, Paidós.

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